La dictadura de Daniel Ortega sigue con su ritmo implacable de represión. La persecución contra la oposición política, los medios de comunicación, los empresarios y los movimientos sindicales y estudiantiles, se extiende a organismos culturales e instituciones religiosas. Ortega ya decidió la expulsión del Nuncio Apostólico en Managua y sus matones acosan a obispos y sacerdotes incómodos. Ahora, riza el rizo al decretar la expulsión de las Misioneras de la Caridad de la Madre Teresa de Calcuta, que durante más de cuarenta años han trabajado en Nicaragua al servicio de los más pobres.

Estos días hemos podido ver la foto en que un joven y sonriente Daniel Ortega conversaba con la propia Madre Teresa para dar la bienvenida a las monjas del sari blanco y azul. Ahora, ese mismo Ortega, convertido en un déspota que oprime a su pueblo, afirma que las Misioneras han incumplido sus obligaciones legales y han atentado contra las normas vigentes en materia de lavado de activos financieros, financiación de actividades terroristas y financiación de compra de armamento de destrucción masiva. Actividades que, “sin duda”, deben favorecer las monjas. Ahora descubre el gobierno que las Misioneras de la Caridad carecen de los avales legales para desarrollar tareas educativas, atender a menores y tutelares centros de atención a personas ancianas.

Así que tendrán que cerrar los centros de atención que dirigen en Nicaragua y las personas que se benefician de sus servicios se verán privadas de atención. A Ortega le inquieta la libertad con la que trabaja y se expresa la Iglesia católica. Por eso, como ha certificado la Alta Comisionada para los Derechos Humanos, la dictadura nicaragüense acosa a sacerdotes, obispos y ahora, a las monjas de Teresa de Calcuta. Realmente, el déspota de Managua no conoce límites, tampoco los del ridículo.