La foto: “La anciana es una suplicante silenciosa que pide, que implora sin abrir la boca, piedad y justicia”
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Madrid - Publicado el - Actualizado
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La foto que me ha llamado la atención vuelve a ser una foto de agencia. Delante de la cámara pasa una mujer rubia con un abrigo verde, está desenfocada. Apenas se distinguen las formas de su cara. El rostro que sí se ve bien es el de una anciana que reposa en una camilla. Una camilla amarilla con una colchoneta de plástico negro, sin sábana alguna. Deben haberse acabado las sábanas limpias en Kiev. La cabeza de la vieja emerge de un fondo negro y de un abrigo malva. Se destaca así lo blanquísima que tiene la faz enmarcada por una venda, una gasa sutil llena de manchas. La boca de la mujer es apenas una raya de finos labios. La nariz, grande y aguileña está salpilcada de sangre seca, debe haberle chorreado desde la frente porque el rastro desciende desde el entrecejo, hasta las comisuras de la barbilla. La mujer tiene pequeños los ojos, son como dos ojales que coronan unas profundas ojeras moradas. El ojo izquierdo lo tiene cerrado por algún golpe. El derecho es una pequeña aceituna en un iris rosa e infinitamente triste. Toda la vida, toda el pasado y el presente de la anciana están condesados en ese ojo pequeño. No hay en la mirada de la vieja ni odio ni resentimiento. Como si se hubiera hecho a lo que no se puede hacer: el sufrimiento. Tampoco hay una resignación fría. Hay en ese ojo pesadumbre y súplica. La anciana es una dolorosa, una suplicante silenciosa que pide, que implora sin abrir la boca, piedad y justicia. Necesita la anciana saber que todos sus dolores no han sido inútiles, que de algún modo sostienen el universo impidiendo que las estrellas caigan del cielo.