Luis del Val: "Un optimista que ha evolucionado hacia el pesimismo por la experiencia y algún que otro conocimiento"
El periodista advierte, con ironía, sobre la erosión de la ética y la creciente polarización social

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Me encanta escuchar al profesor José Antonio Marina, porque siempre aprendo algo y, además, logra, sin proponérselo, que volvamos 2.500 años atrás, con aquellos griegos tan inteligentes como Aristóteles y Sócrates, para que podamos intentar resolver las dudas sobre este siglo XXI.
No menciona a Platón porque es, aparentemente, más fácil. Y los alumnos que estos días se examinan de la EBAU se ponen muy contentos cuando sale Platón, porque se piensan que es muy sencillo, aunque sea una sencillez sólo aparente. Ética, etimológicamente, viene del griego y significaría "carácter". Y la confundimos muchas veces con la moral, del latín mor, moris, que viene de "costumbre". Y las costumbres, ya sabemos, cambian.
Ayer, por ejemplo, vi una hermosa película ambientada en el Dublín de los años 60 del pasado siglo, El Club de los Milagros, y una feminista del sector talibán se hubiera desmayado al ver la panoplia de maridos dublineses machistas de todas las edades.
Pero la ética es algo más: no sólo la distinción entre lo que está bien y lo que está mal, sino esa tradición en la convivencia social que nos ha ayudado, ya que no a guerrear entre nosotros, al menos a descansar alguna vez en el intento de destrozarnos.
Por eso, precisamente, cuando la ética se desfleca o se sirve a la plancha en pequeñas lonchas, nos la comemos y luego, como no somos ángeles, la cagamos —perdonen por la expresión—, pues estamos contribuyendo a convertir, sin ética, la sociedad en una caca.
Nos encontramos ya en la fase de decirle al que es de derechas "fascista" y al que es de izquierda "comunista", que, según he oído al profesor Marina algunas veces, es como decirle al otro que su santa madre se dedicaba a la prostitución.
A la gente parece no importarle, pero ese ha sido siempre el ambiente que se vive en vísperas de una guerra. Bueno, la guerra está ya unos pocos kilómetros al noroeste, en Ucrania, pero han subido las temperaturas y tenemos mono de vacaciones. Aunque no olviden que hay gente con poder suficiente para servirnos un verano bélico sin salir de nuestras fronteras. Ya ha ocurrido.
Y no soy Casandra ni pesimista —o puede que sí—, pero, en todo caso, un optimista que ha evolucionado hacia el pesimismo por la experiencia y algún que otro conocimiento.