‘Crónicas perplejas’: “Que Dios me libre de las lasañas congeladas, que de la coliflor ya me libraré yo”

Habla Antonio Agredano de los kilos de más, las dietas y la salud

Redactor de COPE

Tiempo de lectura: 2' Actualizado 11:03

En esta sección de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus ‘Crónicas Perplejas’.

Hubo un tiempo en el que la felicidad era llevar un phoskito en la mochila. La infancia es dulce y saturada. Los veranos eran interminables. Chococlaks en el bordillo de la piscina y un paquete de pandilla Drakis de vuelta a casa. Cuando pasa el tiempo, el cuerpo se estanca, y lo que antes ardía dentro por puro nervio pueril, empieza a acumularse en la cintura. Ahora llevo mandarinas en la mochila y si tengo hambre me como un puñadito de anacardos crudos. Hay un tiempo para el exceso y otro para la contención. Si tuviéramos todo durante todo el rato, la vida sería tan explosiva como breve.

Mi problema es el metabolismo. Es decir, mi meta es ser una bola. Ir al gimnasio, comer brócoli, ayunar… siempre me ha parecido antinatural. Contraviene mi ancestral predisposición a las patatas fritas y a repanchingarme en el sofá. El ser humano es horizontal. La verticalidad es muy cansada. Me pasé veinte años pagando gimnasios que nunca pisaba. Me pasé veinte años comiendo con culpa, pero nunca adelgacé ni un kilo. Pero llega un día donde el cuerpo dice hasta aquí. Y la vida se contrae y uno empieza a tomarse en serio estas cosas. Porque no hablamos de coquetería, sino de salud. No hablamos de espejos, sino de camillas.

Me empecé a cuidar cuando nacieron mis hijos. Mi único interés era durarle muchos años. Es verdad que luego fui al Zara y me gustó cómo me quedaban chaquetas que nunca pude permitirme. Es verdad que los selfis mejoraban sin papada. Y ahora no sólo pago el gimnasio, sino que voy. Duermo mejor. Paso menos apuros en los probadores. Y las rodillas me duelen menos. Tiene que haber un punto intermedio entre Jabba el Hut y C3PO. Y es ahí donde quiero quedarme.

Una pizza de vez en cuando. Un tigretón furtivo. Un ron cubano sin refresco y sin hielo con un amigo que hace tiempo que no ves. Pues claro. Todo universo necesita su pequeño caos. Pero lo extraordinario no puede ser cotidiano. Hay que cuidarse. Que luego la gente se divorcia y le pilla el toro. Que Dios me libre de las lasañas congeladas, que de la coliflor ya me libraré yo.