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La Esquina del Misterio, con Gaona: “La creación del encefalograma estuvo relacionada con la telepatía”

Vuelve la exitosa sección a Fin de Semana, esta vez con el doctor Gaona, que le cuenta a Cristina la sorprendente historia de Hans Berger y su gran descubrimiento

Tiempo de lectura:3Actualizado17 mar 2023

Una de las secciones más famosas y exitosas de Fin de Semana, ‘La Esquina del Misterio’. Intentamos arrojar luz sobre esos misterios que nos dejan perplejos, explicaciones que parecen no llegar y secretos que se resisten a ser desvelados. Esta semana José Miguel Gaona, psicólogo y psiquiatra forense, nos cuenta la historia de un hombre que desafió los límites que nos ponen las convenciones y que pensó más allá.

Hans Berger es el creador del encefalograma, de la máquina que registra los movimientos cerebrales, y Gaona cuenta su historia: “Es un científico absolutamente desconocido para la mayor parte de la sociedad, pero es pieza clave que ha salvo millones de vidas. Fue el que permitió explorar el cerebro, algo que tiene mucho de original”.

UNA HISTORIA FAMILIAR CON TOQUES DE CIENCIA FICCIÓN

Es una historia preciosa”, destaca Gaona: “Muy poca gente la sabe. Vámonos al siglo XIX, Berger está haciendo el correspondiente a la mili de aquel entonces, joven, no ha estudiado todavía y tiene un padre que es médico. Él quiere especializarse en medicina y se encuentra en Prusia. No es un campo de batalla, pero está en una serie de entrenamientos y, de repente, se cae del caballo. Pero no solo cae, detrás justamente venía un tiro de caballos que, además, arrastraban una pieza de artillería pesadísima que por poco le pasa por encima y le parte en dos. Hasta ahí, aparentemente, nada tremendo dentro de lo que cabe en las circunstancias que vive”.

“Resulta que”, continúa nuestro experto, “al día siguiente recibe un telegrama de su hermana, ¿y qué decía? Pues ‘Hans, ayer tuve un presentimiento, resulta que me sobresalté a tal hora porque creí que algo muy grave te estaba pasando, ¿me lo puedes confirmar por favor?’, entonces a él se le puso la carne de gallina y le contestó en otro telegrama, ‘¿cómo sabes que justamente ayer estuve a punto de perder la vida?’; hasta en su diario, fijaros, dice ‘este es un caso de telepatía espontánea en el que en un momento de peligro mortal, mientras contemplaba mi muerte segura, transmití mis pensamientos a mi hermana, que estaba muy unida a mí y que actuó como receptora’”.

“Esto que le ocurrió”, explica Gaona, “fue el detonante, literalmente, para que Hans Berger creyera que había algún tipo de energía en el cerebro que pudiera, de alguna manera, explicar este fenómeno que a él le había pasado. ¿Cómo estaba la ciencia en ese siglo XIX? En aquel entonces se creía que toda la actividad cerebral era meramente físico-química, pero sobre todo química. Que eso de que hubiera electricidad en el cerebro era absolutamente ridículo, hasta el punto de que Berger descubrió estas pequeñas oscilaciones aplicando unos galvanómetros, que son parecidos a los polímetros que tenemos hoy en día que se venden en los grandes supermercados para ver la polaridad de una batería, o el voltaje, la intensidad, etc.; directamente había que trepanar el cráneo en aquel entonces y poner los electrodos sobre la superficie cerebral, y observó que había diferencias de potencial eléctrico, es decir, que ahí había electricidad”.

MIEDO A SER RIDICULIZADO POR LA COMUNIDAD CIENTÍFICA

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“Estaba tan sorprendido con lo que encontró que hasta 1929, es decir, cinco años después, no se atrevió a publicar sus primeros resultados, algo que era revolucionario”, relata nuestro psiquiatra forense, que continúa: “Y cuando los publicó, fue el hazmerreír de la comunidad científica, algo que sigue sucediendo hoy en día. Primero se ridiculiza, luego ser muy escéptico y, finalmente, comenzar más o menos a admitirlo. Sufrió la ira de los mayores catedráticos, las mayores cabezas pensantes, que decían que ‘cómo iba a tener el cerebro electricidad, qué cosa más absolutamente ridícula’. Hans Berger siguió erre que erre con el tema, diseñando electrodos y midiendo, además con su hija como colaboradora”.

El experto añade que, “quien tenga curiosidad, lo puede buscar en internet, aunque es difícil de encontrar, pero hay una serie de primeros electrocefalógrafos que están hechos a tinta con unos aparatos muy primitivos y en el que le decía a su hija ‘divide 196 entre 7’, entonces el cerebro de la niña, con 14 años por entonces, empezaba a dispararse y veías la diferencia de potencial. Esto sirvió para hacer diagnósticos y se sigue usando a día de hoy, incluso ha evolucionado y hay algunos que hacen representaciones tridimensionales, sirven para localizar lesiones neurológicas, para afinar en los diagnósticos de epilepsia por ejemplo. Los que nos dedicamos a la psiquiatría neurología los usamos prácticamente a diario. Y tuvo, fijaros, qué importante, esta inercia que partía de una cuestión tan etérea como la telepatía que él creía. Murió y le quisieron dar el Premio Nobel varias veces, y él, que era simpatizante de los nazis pero no era activista, no quiso aceptarlo para no darle más bombo a la Alemania nazi de aquel entonces. Desgraciadamente, y seguramente por la vida que había llevado de desprecio de la comunidad científica, acabó suicidándose en 1941”.

Sobre la hilaridad que provocan algunas tesis en sus primeros momentos, Gaona finaliza: “Hace nada todos se reían de la epigenética, pero lo explicaremos en otro programa…”.

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