Si lo que está sucediendo en Cuba termina por fructificar, bien podremos decir, entonces ya con perspectiva, que la intervención de El Vaticano, y en concreto del Papa Francisco, en el deshielo de las relaciones entre Estados Unidos y la isla habrá sido verdaderamente histórica. Por eso es de justicia que el presidente Raúl Castro haya dado las gracias este domingo al Santo Padre, después del encuentro privado que ambos han mantenido en el Aula Pablo VI de El Vaticano. Cuba vuelve a esperar al Papa. Ahora será Francisco, quien visitará la isla el próximo mes de septiembre. Y más allá de las declaraciones más o menos curiosas de Castro para dejar un titular en los medios de comunicación, el poso queda en lo que dice y hace el Papa, en la estela de lo que dijeron e hicieron sus predecesores cuando visitaron la isla. La última vez fue Benedicto XVI, en 2012, cuando en la emblemática Plaza de la Revolución invitó a los cubanos a ejercer una auténtica libertad y dijo, sin tapujos, que Cuba y el mundo necesitan cambios. Anteriormente, en 1998, San Juan Pablo II nos dejó aquellas inolvidables palabras en las que pedía al mundo que se abriera a Cuba, y a Cuba que se abriera al mundo. Cuba vuelve a tener ahora, en este proceso, una oportunidad ciertamente histórica de dejarse interpelar y de actuar en consecuencia. Ojalá que la Historia lo rubrique y que el régimen cubano dé signos inequívocos y pasos decisivos en la dirección que todos estamos esperando: la del respeto y promoción de las libertades fundamentales.