Haz el bien y no mires a quién
La lesión de Mikel Oyarzabal evidencia su entrega total y el valor de una lealtad que trasciende al fútbol.
San Sebastián - Publicado el - Actualizado
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La lesión de Mikel Oyarzabal llega en el peor momento deportivo para la Real Sociedad, pero también en el más revelador para entender quién es realmente el capitán txuri-urdin. Se rompe porque se vacía. Se rompe porque nunca especula. Se rompe porque, para él, defender a la Real, a la selección o a su familia en una disputa vecinal forma parte de la misma ética: estar, dar, sostener. Oyarzabal es lo que se debe ser, un futbolista y una persona que honra esa enseñanza antigua que aún resuena en nuestros caseríos: haz bien y no mires a quién.
Mucho más que minutos: una forma de estar en el mundo
Los datos fríos están ahí: acumulación de minutos, carga competitiva desmedida, una musculatura que dice basta cuando él jamás lo haría. Más de 1.500 minutos antes de diciembre entre Real Sociedad y selección. Pero detenerse en la contabilidad es quedarse corto. Lo que explica su rotura es su carácter, su forma de entender la responsabilidad.
En un fútbol donde las estrellas rotan, eligen descansos estratégicos o gestionan su energía pensando en mercados y contratos, Oyarzabal mantiene un principio innegociable: si puede, juega. Y si juega, se parte el pecho. No hay impostura, no hay pose, no hay cálculo. Hay un compromiso que nace de dentro y que pocos, muy pocos, sostienen hoy.
En Zubieta lo saben. En Las Rozas también. Hasta en ambientes políticos que utilizan al fútbol para su ruido particular, Oyarzabal permanece al margen, porque pertenece a otra categoría moral: la de quienes hablan con su comportamiento.
Parte médico oficial de la Real Sociedad
un líder que no necesita alzar la voz
Oyarzabal no es carismático al estilo clásico. No es un agitador verbal ni un generador de titulares. Su liderazgo se basa en una especie de autoridad silenciosa que nace del ejemplo. En el vestuario, nadie duda de él. En el entorno, nadie cuestiona su entrega. En el club, nadie se atreve a imaginar la Real sin un jugador que, más que futbolista, es una forma de ser.
El capitán ha construido esa confianza día a día, en un proceso lento, humilde y reconocible. Nunca se ha escondido en momentos difíciles, ni tras lesiones graves, ni en fases de dudas colectivas. Tampoco cuando ha tenido ofertas mareantes de clubes poderosos que ven en él un activo deportivo y humano casi insustituible. Porque sí, lo quieren —claro que lo quieren—. Pero también saben que su lealtad no tiene precio.
El valor de pertenecer cuando todo invita a salir
Vivimos en una época en la que los grandes clubes pescan sin pudor en equipos como la Real Sociedad, convencidos de que el dinero lo compra todo. Pero Oyarzabal pertenece a esa estirpe que entiende que grande es también su Real, no por facturación o marketing, sino por identidad, por comunidad, por arraigo.
Esa grandeza no se mide en presupuestos comparativos. Se mide en la fidelidad a un proyecto, en caminar por la calle sin agachar la mirada, en ser parte de una tradición. Los verdaderos gigantes del fútbol vasco no necesitan escapar para sentirse importantes.
Es ahí donde Oyarzabal se convierte en un rara avis contemporáneo. No tiene prisa, no ambiciona escapar, no juega para exhibirse ante mercados externos. Su aspiración, la de verdad, es una que solo entienden quienes conocen la historia de este club: merecer el respeto de su gente.
El título más sagrado para un realtzale
Cuando uno piensa en Zamora, en Arconada, en Bixio o en Xabi Prieto, piensa en futbolistas enormes, sí, pero sobre todo en personas que representan un modo de estar en Gipuzkoa. Jugadores que pueden caminar por la calle escuchando un simple “eskerrik asko” con la misma naturalidad con la que se atan las botas. Ese es el título más sagrado. El que no se compra. El que no se ficha. El que se conquista con coherencia.
Oyarzabal va por ese camino. Por méritos propios. Por una biografía deportiva que se escribe entre compromisos asumidos y silencios ejemplares. Por entender que los valores —los verdaderos— no se anuncian: se practican.
Su lesión es un problema deportivo de primer orden: la Real pierde a su futbolista más determinante en plena recuperación de sensaciones. Pero también es un recordatorio de eso que a veces olvidamos en la vorágine del calendario: Oyarzabal es humano. Un prodigio físico, sí, pero no una máquina. Alguien que lo da todo hasta que el cuerpo se rebela.
Volverá —antes de lo previsto, seguramente— porque es así. Porque su competencia interna no se resigna. Porque sabe que la Real le necesita. Y porque su relación con este club trasciende a los partes médicos.
lo que de verdad importa
Cuando regrese, la clasificación dirá una cosa, su estado físico dirá otra, pero su comunidad sabrá lo esencial: sigue siendo el mismo. Ese chico de Eibar que lo hace todo sin pedir nada. Ese capitán que encarna un modo de vivir el deporte, la lealtad y la responsabilidad que no pasa de moda.
En un fútbol cada vez más ruidoso, Oyarzabal es la prueba de que todavía queda gente que hace bien sin mirar a quién. Y eso, aquí, vale más que cualquier gol.