Huele a otoño de nuevo en la Calle Real de A Coruña, gracias a Pura y Sergio, los castañeros que se instalan en esta céntrica calle de la ciudad gallega. El puesto de castañas lo inició él hace más de seis décadas, en el año 1960. Cuando se casaron, se unió ella.

Ambos, con sus monos azules, han vuelto a instalar el carrito con el horno de carbón en la esquina con la subdelegación del Gobierno desde hace unas semanas. Y eso que, de momento, el buen tiempo no acompaña para el calor de la castaña. “Cuando hace frío, la gente quiere castaña aunque sea para calentar las manos”, comenta Pura.

Pura y Sergio no viven solo de las castañas. En verano, están detrás de otra máquina: el carrito de los helados de la Ibi. “Desde siempre, en verano con el coche de los helados y en el invierno con las castañas”. De hecho, esperan “jubilarse” en este negocio, para el que también esperan tener relevo generacional.

ELABORACIÓN ARTESANAL

El olor es irresistible, y el sabor está a la altura. Son castañas seleccionadas, y cortadas a mano, una a una. Las que más trabajan son las de O Bierzo y Verín, aunque todo depende de la calidad de cada año.

Sergio no deja ni un solo momento de dar vueltas a las castañas y de revisarlas mientras se asan sobre las brasas del carbón. El resultado se sirve en cucuruchos al gusto del consumidor, con una horquilla amplia de precios que va de los 2 a los 10 euros. Siguen con el papel de periódico, el que mejor guarda el calor.

UNA INSTITUCIÓN

El matrimonio lleva tanto tiempo con el oficio que ya es toda una institución en la ciudad. “El Ayuntamiento nos tenía que poner una estatua”, ríe Pura. “Mucha gente que tiene el recuerdo de venir con los abuelos”, comenta. Incluso gente llegada “de Madrid y Barcelona” que piden los cucuruchos de papel por los “recuerdos “ que les traen.

Y ahora, les quedan unos cuantos meses de trabajo. Tantos, como aguante la castaña en buen estado. “Generalmente, hasta enero”, afirma Pura. No obstante, revela que “si la castaña viene mala, nos retiramos antes”. También depende del tiempo, aunque “malo será que en diciembre o enero venga el calor... ¡si no tenemos que empezar otra vez con el helado”, bromea.