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La carta de amor a Galicia que arrasa en Internet: “ese lugar gris en el que todo es posible”

La revista Traveler comparte un vídeo que glosa las bondades y las contradicciones de la comunidad gallega

Acantilado de Galicia

A Coruña

Tiempo de lectura: 3'Actualizado 18:29

La revista de viajes y estilo de vida Condé Nast Traveler ha elaborado un vídeo que define comocarta de amor a Galicia”. Imágenes de distintas partes de la comunidad acompañan al texto del fotógrafo y periodista Rober Amado.


El vídeo recoge aspectos como el tiempo, las contradicciones, la gastronomía, las fiestas o el paisaje. Está compartido en la plataforma Youtube y ha acumulado casi 550.000 visionados en menos de 24 horas. Este es el texto que se puede escuchar:

"Hace unos días, un delfín y un buzo mariscador de navajas se hicieron amigos en Noia. Galicia es un lugar gris en donde todo puede pasar. Aquí cultivamos mejillones, el vino lo hacemos en las paredes y hay más vacas que habitantes.

Siniestro Total cantaba "Miña terra galega, donde el cielo es siempre gris/ niña terra galega, es duro estar lejos de ti". Sí, es duro, porque nos gusta imaginarnos aquí, en este rincón salvaje. Por eso inventamos la nostalgia melancólica y le pusimos nombre. Y morriña se volvió nombre y verbo, y pasó a pertenecer al mundo entero.

Es bueno y, a la vez, malo. Aquí es todo, bueno… Depende. Quizá por eso respondamos con otra pregunta. O que no seamos feos, sino riquiños. Como una manera de ver el vaso medio lleno. Aún teniendo la costa más fúnebre del mundo, siempre habrá alguno que piense, ¿y si hace sol? Quédate con este detalle: para un gallego, el verano es su día favorito del año. Pero si hace demasiado, ya echamos de menos que nos caigan unas gotas del cielo. Y que no falte salir de casa con una chaqueta. Por si refresca, aunque afuera tengamos 40 grados a la sombra.

Galicia es como llamar de mil formas al agua, y una sola a la luz. Aquí el tiempo es un estado mental. Con la luz nos bañamos, nos refregamos la cara con ella, chapoteamos y nos sumergimos en ella. Al agua la observamos como se mira un cuadro, la leemos como se engulle una novela. Y esta nos enseña que, como con las olas, de cada siete golpes buenos, uno es el que te rompe los esquemas.

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Lloramos con los montes quemados de Oliver Laxe en O que arde, y Los lunes al sol nos dejaron los puños tensos de tanto apretar. Supimos de la diáspora suiza con Isabel Blanco y conocimos el dolor de Sampedro a través de esa mirada amarga y perdida que ponía Mabel Rivera. Salimos con tinajas a limpiar el mar de chapapote porque era una de esas cosas que merecía la pena salvar.

Por eso nada es lo que parece. Tenemos fiestas en donde se come, y exaltaciones de comida en donde se hace una fiesta. Se han hecho grandes inventos desde un garaje. Aquí los garajes son restaurantes de comida casera.

Nos gustan las comidas pantagruélicas con niños revoloteando alrededor. Con pan de ese tan denso y blando que absorbe la luz. Somos la nevera del mundo. Centollas, pimientos que pican, o no, patatas con apellido y terneros con pelazo. Hay tantos productos buenos como fiestas gastronómicas. En Galicia, uno puede comer y cenar en cada fiesta en un pueblo distinto durante todo el año y sin repetir. Y siempre quedará una abuela que, no contenta con el resultado, te preguntará si quieres que te haga un huevo con patatas encima.

Una inglesa lo llamó país de sueños y naufragios. Y que las mujeres gallegas eran como amazonas. Como Rosalía de Castro, que le cantaba a los sentimientos. Y Emilia Pardo Bazán, que ya creía en ella misma antes que nadie. Y Concepción Arenal, que se disfrazó de hombre para poder estudiar. Ahora tenemos a una gallega en la agencia Magnum, y a otra ganando un Eisner.

El Gran Cañón tiene un hermano pequeño en el río Sil. Desde lo alto las mujeres despedían a sus maridos cuando iban a trabajar, dejándose llevar por la corriente del río.

Y hay un bosque en la frontera sur en el que, durante muchos años, las parejas elegían su propio destino, porque era terreno que no pertenecía a nadie.

Al atardecer nos despedimos en el fin del mundo desde lo alto de una piedra, al lado de un faro, en donde acaba un peregrinaje que te lleva a una catedral que lleva ocho siglos viéndote llegar fatigado y con llagas en los pies, sonriendo, porque te has dado cuenta de que el camino no ha hecho más que comenzar."

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