El once de Javi Gracia enseñaba el camino antes de arrancar el partido. La unidad B en el Pizjuán, por mucho que le moleste al técnico navarro. Jugaron Wass y Paulista por las lesiones si no, tampoco. Queda claro que el objetivo del equipo es la permanencia y las finales se juegan en Liga. ¿Eso es tirar la Copa? Pues seguramente, sí. ¿Está bien hecho? Cuestión de gustos. Debate abierto entre el valencianismo. Otra cosa es la imagen y la forma de caer.

Sin la unidad A, uno se aferra siempre a la ilusión por agradar y hacerse un hueco de los jugadores menos habituales, la llamada unidad B. Pero claro, juntar a Kangin, Jason y Sobrino en el ataque, es hacerlo con jugadores que están pensando más en junio y su salida, que en otra cosa. Con pistolas de agua no se puede ir a la guerra.

Suso, futbolista en forma en las filas del equipo de Lopetegui, adivinó la debilidad rival. Fue la sal en la herida en los primeros compases del choque, caños incluidos. A los veinte minutos y desde el córner, con la fragilidad defensiva del equipo de Gracia, De Jong remata de cabeza y marca el primero ante la mirada de Racic.

Al suicidio que es el once, se le suma el suicidio en la propuesta sobre el césped. El Valencia defiende en campo contrario y en tres pases, el Sevilla descubre las costuras de los valencianistas. En el minuto 33, contra de Munir, combinación con Suso y De Jong remata a placer. 2-0

La tuvo Alex Blanco a pase de Lato. Un espejismo. En la siguiente, Rakitic de vaselina marca el tercero ante la mirada impenitente de la defensa y de Rivero adelantado. 3-0

Primera parte de sonrojo. Indigna para un club de la historia del Valencia. Los jugadores haciendo la guerra por su cuenta. Uno contra todos. Lamentable es, seguramente, el adjetivo que mejor lo defina.

Se esperaba bronca de Gracia y reacción del equipo en la segunda mitad. A los treinta segundos, Jordán remata sólo en área pequeña y perdona el cuarto.

A los ocho minutos, Gracia se puso en ‘modo Elche’. Paulista y Racic, que serán titulares el sábado, al banquillo. Esquerdo y Molina al campo. En el césped, un equipo con mayoría de jugadores que estaban en Segunda B el año pasado.

Menos mal que el Sevilla también sesteó. Pensó en la Liga viendo ya rodar el bombo de cuartos con su papelito dentro. Pero el Valencia seguía deslavazado. Cada uno a lo suyo. Las pocas acciones ofensivas fueron intentos individuales más que acciones de equipo.

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Ni siquiera compareció el campo el orgullo del jugador al que le han sacado los colores. Ni orgullo, ni actitud, ni fútbol. Un imposible. La Copa se esfuma. Le queda una competición y un único objetivo: la permanencia.