Cataluña no tiene ley electoral propia, pero Puigdemont quiere cambiar hasta la hora

Cataluña sigue sin una ley electoral propia, pero el Consell de la República ya fantasea con cambiar hasta la hora. Una idea imposible en la práctica que suena más a gesto simbólico que a solución real a los problemas de los catalanes.

ERIC LALMAND/Belga/Sipa USA / Cordon Press

Carles Puigdemont, ha lanzado una propuesta llamativa: cambiar el huso horario de Cataluña para marcar distancia con el resto de España.

José Miguel Cruz

Barcelona - Publicado el - Actualizado

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El Consell de la República Catalana, la entidad en el exilio liderada por Carles Puigdemont, ha lanzado una propuesta llamativa: cambiar el huso horario de Cataluña para marcar distancia con el resto de España. El planteamiento, envuelto en un aire simbólico de ruptura, ha levantado más de una ceja porque pone de relieve una contradicción evidente: mientras se proponen gestos de alto impacto mediático, los partidos catalanes siguen sin ser capaces de aprobar una ley electoral propia, algo básico que Cataluña arrastra como anomalía desde el inicio de la autonomía. 

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El Consell asegura que la modificación del huso horario acercaría a Cataluña a países como Francia o Alemania

Una propuesta con más gesto que sustancia   

El Consell asegura que la modificación del huso horario acercaría a Cataluña a países como Francia o Alemania y, de paso, reforzaría su identidad diferenciada. Sin embargo, la propuesta carece de viabilidad práctica. El cambio de hora no es competencia de una comunidad autónoma, sino del Estado, y además requiere coordinación internacional. En otras palabras, no es algo que pueda decidirse de un plumazo desde Bruselas o desde Waterloo.

La iniciativa recuerda más a un gesto simbólico que a una medida realista. Cambiar la hora se plantea como un signo de ruptura, como quien decide estrenar una nueva bandera o moneda. Pero, en la práctica, provocaría un caos monumental en transportes, telecomunicaciones y en la vida cotidiana de millones de ciudadanos y empresas que dependen de la sincronización con el resto del país. 

 El contraste con la ley electoral catalana  

La paradoja es evidente: mientras se plantean propuestas espectaculares para llamar la atención, Cataluña sigue sin resolver un asunto mucho más relevante y que afecta directamente a su calidad democrática. Desde los años 80, los partidos catalanes han sido incapaces de ponerse de acuerdo en una ley electoral propia, lo que convierte a Cataluña en la única comunidad autónoma que se rige íntegramente por la Ley Orgánica del Régimen Electoral General (LOREG), diseñada en Madrid.

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La propuesta del Consell de cambiar la hora encaja en una estrategia ya conocida: generar titulares, mantener viva la tensión simbólica y proyectar una imagen de desconexión con España.

Este bloqueo no es casual. Detrás se esconden intereses partidistas: la sobrerrepresentación de las provincias pequeñas frente a Barcelona, la influencia que ese reparto tiene en el peso político de los partidos nacionalistas y la resistencia de las formaciones estatales a cambiar las reglas. El resultado es una parálisis total. Se discute mucho sobre símbolos, pero poco sobre cómo garantizar que el voto de cada ciudadano tenga el mismo valor en las urnas. 

 Más titulares que soluciones  

La propuesta del Consell de cambiar la hora encaja en una estrategia ya conocida: generar titulares, mantener viva la tensión simbólica y proyectar una imagen de desconexión con España. Sin embargo, los problemas reales de los catalanes —desde la falta de una ley electoral hasta la gestión de la sanidad o la vivienda— siguen sin encontrar soluciones efectivas.

En este contexto, hablar de husos horarios parece un ejercicio de distracción. Una forma de señalar al reloj mientras se ignoran los retos que llevan décadas pendientes. Es difícil no ver la ironía: Cataluña no puede decidir todavía cómo se cuentan sus votos, pero desde Waterloo se plantea ajustar la hora como si fuera una palanca de soberanía inmediata. 

 El debate que importa  

La pregunta que muchos se hacen es clara: ¿de qué sirve soñar con un horario propio si no se resuelven antes los déficits democráticos básicos? La reforma electoral no genera portadas tan llamativas como un cambio de hora, pero su impacto sería mucho más profundo en la vida política y ciudadana.

El Consell de la República logra, con esta propuesta, mantener viva la conversación simbólica, pero lo hace a costa de reforzar la percepción de que el independentismo institucional prefiere los gestos a la gestión. Cataluña puede seguir discutiendo sobre qué hora marcar en los relojes, pero lo que realmente retrasa al país no son las manecillas, sino la incapacidad política para llegar a acuerdos en lo esencial.