Se cumplen 50 años del fallecimiento del fundador de Radio Popular de Zaragoza
Mosén Francisco Izquierdo Molíns fue también el fundador del Stadium Casablanca y de las cofradías de 'Las Siete Palabras' y de 'El Santísimo Ecce Homo' de Zaragoza

Entrevista a Fernando Arregui, rector del Seminario de Zaragoza, sobre la figura de Mosén Francisco Izquierdo.
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Mosén Francisco Izquierdo Molins fue uno de los sacerdotes más influyentes de la iglesia zaragozana del siglo XX. Un hombre con un gran carisma, un tesón inagotable y una fuerza de voluntad inquebrantable que le hicieron superar todo tipo de obstáculos y adversidades para sacar adelante una serie de proyectos que hoy en día, 50 años después de su fallecimiento, aún perduran. Fruto de su gran capacidad de emprendimiento es por ejemplo la fundación de esta emisora que hace 60 años nació como Radio Popular de Zaragoza.

Mosén Francisco Izquierdo Molins.
Mosén Francisco Izquierdo será recordado por ser el mayor impulsor del apostolado seglar en Zaragoza, sobre todo de la “Acción Católica”. Ademas fue un hombre emprendedor que se embarcó en numerosos proyectos. De su legado nos han quedado grandes proyectos como esta casa, la COPE de Zaragoza, antes conocida como Radio Popular, que fue inaugurada por él el 19 de marzo de 1961. También fue el fundador de la Cofradía de las Siete Palabras y de San Juan Evangelista, de la Cofradía del Santísimo Ecce Homo y de Nuestra Señora de las Angustias o del Stadium Casablanca en 1948.
Dijo de él cardenal y arzobispo de Madrid, monseñor Vicente Enrique y Tarancón, que “Mosén Francisco era un sacerdote que hacía de su vida una entrega total. Amaba al hombre de tal suerte que dedicó toda su vida a formar hombres, a ayudar a hombres y proteger a los hombres contra todos los peligros. Era sencillo, amable, tenaz, un poco desaliñado, como un “cura de pueblo” aragonés. Tenía, al propio tiempo, la persuasión del que, convencido de un ideal, se ha entregado totalmente a él. Y escondía una inteligencia muy superior a lo común y una tenacidad, fortaleza, en su entrega al hombre que le hacía irresistible. Nunca se imponía: pero siempre se salía con la suya, esto es, siempre conseguía ganar a Jesucristo a quien se le acercaba”.
ACTO DE HOMENAJE
Esta tarde, dan comienzo en Zaragoza, los actos de homenaje por el 50 aniversario de su fallecimiento, con la inauguración a las 19.30 en el Patio de la Infanta de Ibercaja, del año en memoria de mosén Francisco Izquierdo Molins. El acto, al que asistirá el arzobispo de Zaragoza, monseñor Carlos Escribano, está organizado por las diferentes entidades fundadas por mosén Francisco y la entrada es libre.

BIOGRAFIA DE MOSÉN FRANCISCO IZQUIERDO MOLINS
Francisco Izquierdo Molins nació el 1 de Abril de 1903 en Torrecilla de Alcañiz, lugar donde pasó su primera infancia, siendo hijo del farmacéutico titular de esta localidad del Bajo Aragón y Alto Teruel.
A pronta edad sintió la llamada del Señor, ingresando en el Seminario Menor de Belchite para iniciar su carrera eclesiástica, completando sus estudios en la antigua Universidad Pontificia de Zaragoza (actualmente, reconvertida en el C.R.E.T.A.) logrando la calificación de meritissimus en todas las asignaturas que cursó. Posteriormente, se doctoraría en la Facultad de Filosofía Escolástica, iniciando después los estudios de Derecho Canónico, que simultaneaba con el cargo de profesor auxiliar o pasante de cátedras, para el que fue nombrado el año 1920.
En el mes de diciembre de 1926 recibió la ordenación sacerdotal, concluyendo ese mismo año sus estudios civiles en Filosofía y Letras en la Universidad de Zaragoza. Al poco tiempo, fue nombrado coadjutor de la parroquia de Ainzón durante tres años obteniendo en 1930, en concurso general a curatos, la parroquia de «Nuestra Señora de la Piedad» del pequeño municipio rural de Plenas, perteneciente a la comarca de Belchite. Al comenzar el curso 1932-1933 sería nombrado profesor del Seminario General Pontificio de San Valero y San Braulio de Zaragoza, ubicado en la plaza de la Seo, y capellán del convento de Santa Rosa de la Congregación de Misioneras Dominicas del Rosario, pasando a ser desde 1935, beneficiado de la Iglesia Parroquial de San Miguel de los Navarros donde permaneció casi tres lustros.
En esta década de los años treinta del siglo XX, mosén Francisco encontraría su verdadera función pastoral, la misión a la que estaba llamado por el Señor: la Acción Católica y su Juventud. Promotor de pequeños grupos entre los jóvenes de los lugares donde ejercía su ministerio y asiduo asistente a asambleas y reuniones regionales y nacionales, pronto se convertiría en el más importante impulsor de la asociación en toda la diócesis. Tras la II Asamblea de las Uniones Diocesanas de Juventud de Acción Católica celebrada en Zaragoza en el mismo 1930, mosén Francisco asumiría la consiliaría prodigando su acción en parroquias y colegios tanto de la capital como de diferentes pueblos. Nombrado además consiliario del Centro de Mujeres de Acción Católica de la parroquia de San Miguel, hasta su muerte desempeñaría la labor de consiliario y alma mater del Consejo Diocesano de los Hombres de Acción Católica de Zaragoza.

Mosén Francisco Izquierdo Molins.
Asimismo, mosén Francisco tenía su espíritu impregnado de un profundo sentido social, que inspiraría su actuación a lo largo de su vida tanto en la ingente cantidad de obras que él mismo fundó (que se desglosarán más adelante) como en aquellas que prestó su colaboración. «Lo social» fue una constante en su predicación y en su obra. En el año 1932, el arzobispo Doménech le nombraría consiliario del denominado Círculo de Estudios Sociales, recién fundado en Zaragoza por Lorenzo Antonio Jiménez y dependiente de la Unión de Sindicatos Obreros Católicos, con el fin de preparar a los directivos de las organizaciones sindicales obreras católicas. Bajo su influencia, no se limitó a sus reuniones íntimas de formación de sus miembros sino que se promovió la realización de actuaciones públicas a las que asistían personalidades destacadas en el campo social como Miguel Sancho Izquierdo o Juan Moneva y Puyol.
También en esta misma época, se volcaría en la Asociación Católica de Propagandistas, en la que ingresaría como aspirante en el transcurso una ceremonia acontecida el 25 de enero de 1933 en la capilla de San José de la iglesia del Real Seminario de San Carlos oficiada por el consiliario de la asociación en Zaragoza, don Luis Latre. Años después, en 1940, alcanzaría la categoría de numerario, siéndole impuesta la insignia por el arzobispo Doménech en la Santa y Angélica Capilla del templo del Pilar, que «se vistió con sus mejores galas, luciendo su deslumbrante iluminación de las grandes solemnidades, y la concurrencia de fieles, como todos los días y a todas las horas en este venturoso año del Centenario».
Allí desempeñaría una activa y comprometida labor, volcándose en la formación de sus miembros y de la juventud en general. Asiduo director de retiros y ejercicios espirituales, muchos de los cuales tenían lugar precisamente en la casa de espiritualidad de «Nuestra Señora del Carmen», que actualmente regenta nuestra Cofradía, también prolífica era su participación como ponente en cursos y conferencias, algunas convertidas en maratonianas jornadas que le llevaban a visitar decenas de municipios para exponer los ideales de la asociación y los fundamentos de la doctrina social de la Iglesia. Una labor docente que alcanzaría su cenit con la implicación total de mosén Francisco en la fundación de la llamada Escuela de Propagandistas de la Juventud, basada en el modelo de la fundada por monseñor Francisco Olgiati, catedrático de psicología de la Universidad del Sagrado Corazón de Milán y consiliario de las Juventudes de Acción Católica italiana.
Francisco Izquierdo Molins fue un hombre sencillo y humilde, tanto en su aspecto exterior como en lo más profundo de su corazón. Huía de la pompa, sintiéndose incluso embarazoso con la suntuosidad del hábito coral que debía vestir como canónigo en las grandes solemnidades y acontecimientos. Su austera forma de vestir (con la que se le recuerda asistía a nuestras procesiones) se convertía también en un símbolo externo de su modo de vivir, yendo siempre con su viejo manteo y sus inseparables botas, que le facilitaban el ir cómodamente de un sitio para otro y que, además, no le hacían perder tiempo en elegir que prenda ponerse, porque el simple «hecho de perder un solo minuto en pensar si éstos o los otros le hubiera parecido una liviandad» (Sebastián Pardos, 1978).

Mosén Francisco Izquierdo Molins.
Pese a su alta formación académica, ocupando incluso desde 1947 el cargo de canónigo penitenciario de la Santa Iglesia Metropolitana de Zaragoza (habiendo aprobado otras canonjías anteriormente como la del Cabildo de la S.I. Catedral de Tarazona), fue su deseo que nunca le llamaran licenciado, doctor, profesor o muy ilustre señor, por mucho que le fueran propios esos títulos. El único tratamiento que aceptó fue el de «mosén», apócope de «monseñor» que desde antiguo en Aragón era usado para llamar a los sacerdotes con cariño y confianza pero con mucho respeto, y que adquiriría durante su ministerio como cura de pueblo. Nunca quiso que le llamaran de otra forma, ni siquiera «don Francisco», por lo que siempre que en público o en privado alguien se lo decía, le interrumpía rápidamente para advertirle: «He sido siempre para todos y sigo siéndolo, mosén Francisco».
Cosas del destino y de sus innegables méritos, de su valía y su dedicación en pro de la evangelización de la juventud, a partir de 1959 podría utilizar el título honorífico de «Reverendo Monseñor» de manera oficial, puesto que Juan XXIII le nombraría prelado doméstico de Su Santidad a propuesta de la archidiócesis de Zaragoza y de la propia Acción Católica.
Mosén Francisco «corría ligero por la vida porque estuvo siempre libre de cualquier lastre», agotando a todo aquel que tuviera la osadía de seguirle en todos sus proyectos, algunos auténticas aventuras. Pese a la delicada salud que presentó en algunas épocas, siempre fue un hombre de extraordinaria vitalidad y fortaleza, porque como él mismo señalaba la «fortaleza es grandeza de corazón para recibir serenamente las contrariedades de la vida, y energía de corazón para emprender grandes cosas por Dios». Fue también un hombre valiente, a veces poco entendido en sus planteamientos por parte de una jerarquía eclesiástica todavía anquilosada, siendo un adelantado de la dinámica renovadora de la Iglesia que promulgó el Concilio Vaticano II. Tomó decisiones comprometidas, arriesgando incluso su posición eclesiástica, social o su propio patrimonio, porque como decía ante cualquier dificultad «nada grande se hizo en este mundo sin riesgo». Sin duda, poseía un gran liderazgo, siendo un pionero de lo que hoy en día llamaríamos influencer, que contagiaba su ilusión y su carisma allá por donde fuera, siendo seguido ciegamente por centenares de jóvenes, lo que garantizaba el éxito de sus obras convirtiéndolas en las más activas, vigorosas y eficaces del ámbito pastoral correspondiente. Pero, sobre todo, si hay un adjetivo con el que calificar todo lo que fue y supuso mosén Francisco para la iglesia diocesana y española de la época, fue el de «forjador de hombres». Forjar fue el verbo que él mismo empleaba y no otro, porque se asignó el rol de yunque dejando al Señor el papel de herrero.
Sus últimos años de vida, marcados por una larga enfermedad progresiva que iba mermándole física, psíquica e intelectualmente, los pasaría en Madrid en donde falleció el 4 de diciembre de 1973. El día 5 se efectuó el traslado de sus restos a Zaragoza, llegando sobre las ocho de la tarde a la «Casa de Acción Católica», donde fue recibido por el arzobispo Cantero Cuadrado y nutridas representaciones de las entidades por las que había pasado durante su vida, siendo trasladado por cuatro hermanos de la Cofradía, ataviados con el hábito, a la capilla ardiente, montándose en ella turnos de vela durante toda la noche. En dicha capilla se fueron sucediendo misas hasta que, a las cuatro de la tarde del día siguiente, se trasladó a la Catedral-Basílica del Pilar donde se celebraría el funeral córpore insepulto presidido por el prelado zaragozano y, a continuación, su sepelio en el Cementerio de Torrero dándole sepultura en el panteón propiedad del Excmo. Cabildo Metropolitano.
En 1979 recibió a título póstumo la Medalla de la Ciudad de Zaragoza y tiene una calle con su nombre en el barrio de La Paz.