El sueño napoleónico que desangra a Paraguay en la guerra más devastadora de Sudamérica
La ambición de Francisco Solano López por modernizar su país y obtener acceso al mar lo llevó a desafiar a Brasil y Argentina en un conflicto sin precedentes
Málaga - Publicado el - Actualizado
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En el corazón de Sudamérica, un país sin mar pero con una creciente industria de yerba mate, madera y cueros, se preparaba para un destino grandioso. Al mando de Francisco Solano López, quien heredó la presidencia de su padre en 1862, Paraguay se había desarrollado en un relativo aislamiento para no depender de Buenos Aires ni de Río de Janeiro. López recibió un país administrativamente ordenado, con las cuentas saneadas, un ferrocarril, telégrafo y un ejército pequeño pero muy disciplinado, pero con una enorme fragilidad: su dependencia de los ríos para conectar con el exterior.
La nación funcionaba como una isla fluvial, y el miedo a perder el control de los ríos y "morir literalmente asfixiados" era una constante. Pinzado entre dos gigantes como Argentina y Brasil, mucho más grandes y poblados, el país era vulnerable si sus vecinos decidían aplastarlo. Pese a la prosperidad interna, la situación de Paraguay de puertas para afuera era de una fragilidad extrema.
Un líder con sueños napoleónicos
Paraguay va a ser la gran nación de América del Sur"
Historiador
Francisco Solano López (1827) era un hombre carismático, de ideas fijas y con prisa por modernizar su nación. Tras un viaje a Europa enviado por su padre, regresó embelesado con la figura de Napoleón Bonaparte y una idea fija: transformar Paraguay. "Paraguay va a ser la gran nación de América del Sur", afirmaba, convencido de que para ello necesitaba acceso al mar. Compró cañones, europeizó y uniformizó el ejército, e incluso se hizo confeccionar trajes que imitaban los del emperador francés.
Junto a él llegó de Europa su compañera, la irlandesa Elisa Lynch, quien se convirtió en la primera dama de facto. Descrita como elegante, magnética y polémica, Lynch trajo la corte europea a Asunción, organizando fiestas y salones que fidelizaron a la élite paraguaya. Lejos de ser una oportunista, demostró una lealtad inquebrantable, permaneciendo junto a López hasta su trágico final.
La chispa que encendió la guerra
La chispa que encendió la guerra
La chispa del conflicto se encendió en Uruguay, donde dos facciones políticas, los Colorados (urbanos y apoyados por Brasil y Argentina) y los Blancos (rurales), estaban en lucha. Solano López consideraba vital que Uruguay se mantuviera neutral y gobernado por los Blancos para no quedar completamente rodeado. Cuando Brasil intervino militarmente a favor de los Colorados, López se sintió amenazado y decidió actuar.
En una rápida escalada de decisiones, López capturó un barco brasileño, el Marqués de Olinda, en diciembre de 1864 e invadió el Mato Groso en Brasil. Posteriormente, solicitó permiso a Argentina para cruzar su territorio y ayudar a los Blancos en Uruguay. Ante la negativa del presidente argentino, Bartolomé Mitre, Solano López invadió también Argentina. De pronto, el pequeño Paraguay se encontraba en guerra contra tres países: Brasil, Argentina y el nuevo gobierno colorado de Uruguay.
Una carnicería en tierra y agua
La primera gran derrota para Paraguay llegó por agua. El 11 de junio de 1865, en la batalla de Riachuelo, en el río Paraná, la flota brasileña destrozó a la paraguaya. Con frases que pasaron a la historia naval como "sostener el fuego, la victoria es nuestra", Brasil se hizo con el control de los ríos. Paraguay perdió su principal autopista para mover tropas y recursos, comenzando un lento proceso de asfixia.
Una carnicería
En tierra, el moderno ejército paraguayo consiguió algunos avances, pero pronto el conflicto se convirtió en una carnicería. 1866 fue un año de batallas brutales como la de Estero Bellaco, donde los soldados avanzaban con barro hasta las rodillas y rodeados de mosquitos. La batalla de Tuyutí, el 24 de mayo, es conocida como el "Gettysburg sudamericano" por la magnitud de la matanza, que dejó el aire impregnado de pólvora y sangre, desangrando al ejército paraguayo.
El golpe definitivo fue la caída de Humaitá en febrero de 1868. Este cinturón defensivo, considerado infranqueable, era un complejo sistema de trincheras, cañones y pantanos que cerraba el acceso por el río Paraguay. Cuando los acorazados brasileños forzaron el paso, la puerta hacia Asunción quedó abierta. La batalla, comparable en horror a las de la Primera Guerra Mundial, sentenció el destino de la nación.
El coste humano de la Guerra de la Triple Alianza fue aterrador. Se estima que murieron más de 300.000 paraguayos, no solo por las balas, sino también por el hambre y las epidemias. La cifra más dramática es que falleció el 90% de la población masculina en edad de combatir. El país quedó literalmente como un país de mujeres, hasta el punto de que se tuvo que hacer la vista gorda con la poligamia para poder repoblar la nación.
Muero con mi patria"
Historiador
El final de Solano López llegó el 1 de marzo de 1870. Tras la caída de Asunción, emprendió una huida desesperada por la selva con los restos de su corte. Perseguido y acorralado por un destacamento brasileño en Cerro Corá, se negó a rendirse. Sus hombres lo abandonaron y, herido, cayó al suelo abrazado por Elisa Lynch. Allí, un lancero a caballo lo atravesó, y en su último aliento, gritó la frase que se convertiría en mito: "¡Muero con mi patria!".
Hoy, la figura de Solano López es ambivalente en Paraguay: para muchos, es el mariscal que resistió hasta lo imposible por modernizar su país; para otros, un caudillo temerario que condujo a su pueblo a un suicidio colectivo. Tras la guerra, Paraguay sobrevivió como país independiente pero quedó empobrecido, con una deuda enorme y ocupado militarmente hasta 1876. Brasil y Argentina aprovecharon para consolidar sus fronteras a costa del territorio de la exhausta nación.
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