OPINIÓN
Ad líbitum, con Javier Pereda: No, bonita
El “feminismo Vogue” de Calvo, ha ido calando por ósmosis en la sociedad y ha sembrado una auténtica plaga de mentalidad divorcista
Madrid - Publicado el - Actualizado
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La secretaria de Igualdad del PSOE y vicepresidenta del Gobierno en funciones, Carmen Calvo, se ha descolgado el domingo pasado, en la celebración del 140 aniversario de su partido, con un nuevo hallazgo intelectual. En esta ocasión no se ha ensañado con el vencedor de la Guerra Civil, el resucitado Franco (como recordara el ex nuncio del Vaticano, Renzo Fratini) de su tumba en el Valle de los Caídos, en una de sus recurrentes temáticas ideológicas.
La egabrense tampoco ha puesto en entredicho sus conocimientos de la lengua originaria de la comarca del Lacio, ella que llegó a ser ministra de Cultura, confundiendo “dixit” –tercera persona del singular del pretérito perfecto del verbo decir en latín–, con los nombres de unos dibujos animados televisivos: “Ni Pixie ni Dixie”; pensaba que el senador Van-Halen le insultaba cuando se dirigió a ella: “Calvo dixit”. Tampoco dicta una máxima digna de premio Nobel de economía, del mismo Hayek o si se prefiere de Keynes: “El dinero público no es de nadie”.
En este evento veraniego las temperaturas calentaron del tal forma el ambiente, que contribuyó a que ante sus correligionarias también se le enardeciera la boca, al venirse arriba con esa chulería empoderada y despótica que le caracteriza, que ha contribuido a engrosar su ya dilatada e hilarante ignorancia doctorada, como que: “La CE no recoge la igualdad del hombre y de la mujer”. Ahora descubrimos, con la nueva aportación de Carmen Calvo, que el genuino inventor del feminismo ha sido el socialismo: “El feminismo es de todas, no bonita, nos lo hemos currado en la genealogía del pensamiento progresista, del pensamiento socialista”. Esta afirmación tan rotunda y contundente, sin matiz alguno, además de reflejar una sonora “sobrada”, es una burda falsedad histórica, que pone en evidencia su escaso aprecio por la verdad, a la vez que deja al descubierto el uso partidista y manipulado de una causa noble, como es la defensa de la dignidad de la mujer. De ahí la importancia de ser un poco más respetuosos con la historia y no agredir la inteligencia de los demás, al menos de los que no tienen una visión hemipléjica de la realidad.
Si acudimos a la genealogía del pensamiento socialista, según Calvo, el feminismo de las diputadas socialistas Margarita Nelken y Victoria Kent (por Jaén), les llevó a votar durante la Segunda República en contra del sufragio femenino, porque entendían que era peligroso conceder el voto a la mujer. Sin embargo, Clara Campoamor, diputada del partido Radical y no socialista, ganó la votación a favor del sufragio femenino, entonces vetado. Otras activistas de esta encomiable lucha histórica la representa Emilia Pardo Bazán, que procedía de la nobleza gallega, o Concepción Arenal, pensadora del catolicismo social, que tampoco lucían el pedigrí socialista. Atribuirse la autoría de la defensa en la igualdad de la mujer, en un partido que hace poco ha celebrado sus “cien años de honradez”, no deja de ser una ironía, cuando el movimiento femenino lleva siglos en el mundo globalizado. El problema radica, como siempre, en qué se entiende por feminismo, porque cada ideología (socialismo, marxismo, liberalismo) ha hecho de su capa un sayo, según sus intereses, y no precisamente los de la mujer.
La definición de feminismo más aséptica podría ser según el DRAL: “Principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre”. Según este enunciado, sin aditamentos y sin que cada ideología arrime el ascua a su sardina, debería existir un consenso pacífico y generalizado de esta proposición. La situación se complica cuando, como Calvo dixit, se hace extensivo el feminismo a otras causas: “Todavía hay millones de mujeres que están encadenadas a la maternidad, al no permitírselas interrumpir de manera voluntaria el embarazo…”. Entonces, este concepto de suyo encomiable y honorable se prostituye y degenera, sirviendo de arma arrojadiza –como hace esta insigne feminista– para dividir y enfrentar a la sociedad. Es esta dinámica marxista de la lucha de clases entre el hombre y la mujer la que está ínsita en el feminismo radical que predica la activista andaluza.
En ese exceso por la igualdad, llevado al extremo, surgen leyes profundamente desiguales y por tanto injustas, como la ley de violencia de género; otro tanto ocurre con las leyes paternalistas que limitan a la mujer a un techo de cristal mediante “cuotas”, sin atender a sus méritos. La izquierda se apropia del feminismo y lo convierte en un proyecto de dominio y hegemonía, de control político de las mujeres, de tal forma que quien contradice sus postulados y los de su agenda política es vejado de heteropatriarcal por la propaganda.
El “feminismo Vogue” de Calvo, ha ido calando por ósmosis en la sociedad y ha sembrado una auténtica plaga de mentalidad divorcista, al inocular la banalización de la unión matrimonial y sustituir el amor generoso y sacrificado por la reivindicación y la rivalidad. Encima, algunos ingenuos bienintencionados, compran la mercancía averiada del sofisma de un feminismo “made in Calvo”. Pero con este feminismo, no bonita.