OPINIÓN

Ad Libitum con Javier Pereda. Hoy: Misa

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Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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La célebre frase “París bien vale una misa” se atribuye al hugonote Enrique de Borbón o de Navarra, que se convirtió al catolicismo para reinar en Francia. El término “misa”, según san Isidoro de Sevilla, tiene su origen en el s. IV; para despedir a los fieles al terminar la ceremonia eucarística se decía en latín “Ite, missa est” (podéis ir en paz), a lo que se respondía “Deo gratias” (demos gracias a Dios). El significado de la misa en la Reforma protestante, difiere esencialmente con los postulados de la Iglesia Católica. Según el Catecismo de san Pio X: “La santa Misa es el Sacrificio del Cuerpo y Sangre de Jesucristo, que se ofrece sobre nuestros altares bajo las especies de pan y vino, en memoria del sacrificio de la Cruz”.

Sin embargo, para Lutero la sustancia del pan permanece; es decir, no existe la consagración y conversión del pan en el Cuerpo real de Cristo, sino una simple rememoración de la Última Cena. Por eso, supondría un falso ecumenismo la concelebración eucarística de ambas confesiones religiosas. En definitiva, para el protestantismo Jesucristo no está presente en la Eucaristía, y en la consagración de la Misa no opera la transustanciación. Estas diferencias profundas ayudan a valorar el tesoro de la fe católica, y a evitar cualquier contagio de protestantización. La teología luterana podría resumirse en los tres enunciados latinos: “Sola gratia” (no se precisa la libertad para salvarse, porque la naturaleza humana está destruida por el pecado; por lo tanto, “pecca fortiter, crede fortius”, peca fuertemente y cree más); “Sola Scriptura” (se excluye la Tradición y la interpretación del Magisterio de la Iglesia); “Sola fide” (la fe es la que salva). En consecuencia, el Concilio de Trento se encargó de enseñar y corregir que los cuatro fines de la Misa son para alabar (latréutico) y dar gracias a Dios (eucarístico); para satisfacer nuestros pecados y ofrecer sufragios por las almas del purgatorio (propiciatorio), aspecto que niegan los protestantes; y, finalmente, para alcanzar las gracias necesarias (impetratorio).

Los protestantes propugnan una fe sin el concurso de las obras, el esfuerzo y el mérito personal. De ahí que en Wittemberg se aboliera la misa, los ornamentos y las imágenes, y se instaurara la cena bajo las dos especies. Pese al proceso de secularización de la sociedad, cada semana cumplen el precepto dominical en España más de cinco millones de católicos; cifra que supera a los aficionados en los estadios de fútbol de Primera División. El índice de asistencia a la celebración litúrgica por antonomasia está en función del nivel de formación cristiana. Para superar la falta de formación religiosa que se evidencia en los currículos escolares, que reduce el primer mandamiento de la Iglesia a un acostumbramiento rutinario y a un cumplo y miento, se precisa la transmisión vibrante y ejemplar de la fe desde el ámbito familiar cristiano. Así lo señalaba el papa san Juan Pablo II en la carta apostólica “Dies Domini” (1998): “Descuidar el precepto dominical de la Santa Misa debilita a los discípulos de Cristo”. El sacrificio redentor del Calvario aúna lo divino con lo humano, se hace extensible a todas las actividades, al trabajo y al descanso; entonces la misa se prolonga durante 24 horas. La Madre Teresa de Calcuta nos revela su secreto: “La Misa es el alimento espiritual que me sustenta y sin el cual no podría vivir ni un solo día o una sola hora de mi vida”.

Por último, san Francisco de Asís señala los efectos de la santa Misa: “El hombre debería temblar, el mundo debería vibrar, el Cielo entero debería conmoverse profundamente cuando el Hijo de Dios aparece sobre el altar en las manos del sacerdote”. Cuando se valora de esta forma la acción más sagrada y sublime que realiza Dios, surge la necesidad de asistir cada día a este misterio y encuentro de fe y amor con Jesucristo. Para participar en la Misa — “centro y raíz de la vida cristiana”— es preciso una preparación previa, con piedad y atención, con limpieza de alma. En la capital del Santo Reino se celebran cada día cerca de 100 misas entre las diferentes parroquias, conventos, oratorios, hospitales y colegios, para ofrecer un sacrificio sin mancha desde donde sale el sol hasta el ocaso, haciendo realidad que “Jaén bien vale una misa”.

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