Las Divinas Palabras de Ernesto Medina. Hoy: Cuatro estrellas Michelín

Jaén, una capital de provincias una mañana de domingo. Que era fría, pero soleada. Se afanaban sus habitantes en ocios diversos. Los atletas salían de La Salobreja para la carrera de los Puentes, que cumplía su vigésimo quinto aniversario. Otros, que debieran tomar ejemplo, cubrían exclusivamente la distancia que los separaba del puesto de tallos. El chocolate esperaba, espeso por supuesto, en la casa. Andarines por el cerro de Santa Catalina que a pesar de la umbría de la cara norte se regocijaban con el estrenado verdor del monte mientras caminaban silenciosos por mor de ver alguna ardilla.

A medida que se acercaba el mediodía aumentaba el ajetreo por el centro en pos de la cerveza del aperitivo. Jaén, como escribió de una ciudad imaginaria Gonzalo Torrente Ballester en una de sus novelas, levitaba ensimismada en la felicidad de los pequeños placeres cotidianos. Salvo Culcas, el guerrero íbero del Cerrete de los Lirios, y la Dama de Cubero, quienes a pesar de haber sido designados pareja del año, fruncían el entrecejo en la plaza de San Ildefonso.

“Estamos muy cabreados”. Sin preámbulos ni saludos. “Perdona las formas, pero no hay derecho”. Me encogí de hombros a la espera de la explicación. “Otras dos estrellas Michelín para restaurantes de Jaén. Será para que con el resplandor se vea más la mierda. En Rejas de la Capilla, donde Bagá, hay montones de basura, servilletas de bocadillos, latas de refresco, cascos rotos de litronas de cerveza… ¡Una vergüenza! ¿De qué sirve la fama gastronómica si el entorno es un muladar?”.

La Dama de Cubero, más calmada, siguió el hilo de su amado. “Los fogones a los que le han concedido la distinción se caracterizan por la modernidad. Lo cual supone recrear los platos y sabores de toda la vida. Cualquiera de ellos cuida, además, hasta el extremo la presentación, no sólo el emplatado sino también los manteles, la cubertería, la vajilla. Es todo un paquete. Lo mismo debería pasar con la ciudad. Declaremos San Ildefonso -en palabras de tu hermano Jesús- barrio gastronómico. En cien metros cuatro estrellas Michelín. ¡La leche! Pero hay que cuidar las calles. Restringir el tráfico, impedir que los coches aparquen en cualquier sitio una vez que han sido abatidos los pipotes. Jardinería, flores, limpieza, peatonalización. Camino llevamos de perder otra ocasión de salir de la mediocridad. Que tampoco es tan difícil hacer las cosas bien, digo yo”.

No consintieron en que los invitase a una cerveza. Nos fuimos cada mochuelo a nuestro olivo. La mañana, de pronto, se había vuelto gris y desagradable.

Palabras, divinas palabras