OPINIÓN

Las Divinas Palabras con Ernesto Medina. Hoy: La sociedad de los 25º

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Redacción COPE Jaén

Jaén - Publicado el - Actualizado

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Los vecinos del quinto se han quejado porque casi no les llega la calefacción. En cambio, los del primero se están achicharrando. “Cerrad radiadores, insolidarios”. “¿Para qué ponemos entonces la calefacción?”. Le propuse a la presidente de la comunidad reventar con un martillo tres o cuatro válvulas de la caldera. “Da igual. Llevan quince días dándome la lata, que cuándo encendíamos, que está helando. Sería posponer el conflicto”.

En mi Instituto pasa igual. Unos no soportan el frío y otros no toleran el bochorno de los radiadores. Sumen, dilectos oyentes, que todo quisqui opina al haber hecho un curso telemático sobre la transmisión de la COVID en ambientes cálidos y saturados de CO2. Es posible que si los alumnos desayunasen antes de entrar a clase tendrían más calorías en el cuerpo, pero han apurado el sueño hasta el último momento para recuperar el trasnoche. No estaban estudiándose el examen de lengua sino viendo a las dos de la madrugada quién abandonaba “la montaña de los pecados mortales”. Además, a cuatro grados, la moda más popular entre las alumnas es un escote barco con un hombro desnudo.

“Hace frío; hace calor; más horas de calefacción; está puesta mucho tiempo”. Es imposible contentar no ya a todos, ni acaso a un tercio del Instituto. Intenté explicarle a un grupo de alumnos que deberíamos dar ejemplo gastando menos combustibles fósiles ahora que se acababa de celebrar la Cumbre de Glasgow. Tuve el mismo éxito que entre los profesores “no vamos a arreglar el mundo por pasar frío en el Instituto”.

Me senté al sol en un banco del patio. Era el tierno sol de noviembre que acaricia sin quemar. Adormecido, ignoro si soñé o realmente reflexioné que las sociedades desarrolladas han creado el hombre de los veinticinco grados. Ese artificio climático de ni frío ni calor se logra con gasto energético. Se pasa del aire acondicionado a la calefacción sin interregno. Lo cual provoca debilidad de espíritu. Somos incapaces de afrontar una adversidad, una incomodidad. Somos una sociedad pusilánime, decadente.

El conserje me estaba sacudiendo el hombro. “La caldera ha reventado. Como una granada. Por lo menos tres meses rota”. Pensé, “los milagros existen”. Sin embargo, lo que dije apresuradamente para evitar problemas fue “yo no he tenido nada que ver”. No me han creído. Los veinticinco grados están recogiendo firmas para pedir mi cese.

Palabras, divinas palabras.

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