El campo no espera: así trabaja en Córdoba Manuela, sola y bajo más de 40 grados
Con 52 años, Manuela comienza sus jornadas al amanecer y se protege del calor como le enseñó su madre: cubierta, atenta a las señales del cuerpo y con mucho sentido común
Córdoba - Publicado el - Actualizado
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En pleno corazón de la Subbética cordobesa, entre colinas cubiertas de olivos centenarios y senderos escondidos, Manuela Aguilera empieza su jornada cuando aún no ha salido el sol. Tiene 52 años y una pequeña explotación de olivar tradicional en pendiente, ubicada en el término municipal de Priego de Córdoba. Durante estos meses de verano, trabaja sola, a merced de un clima cada vez más extremo. “La tierra no espera, haga frío o calor”, resume con una mezcla de resignación y amor profundo por su oficio.
Para Manuela, el verano es el peor momento del año. “Cuando el mercurio pasa de los 40 grados, esto se convierte en un infierno. No puedes rendirte, pero tampoco puedes forzar el cuerpo. Hay que saber leerlo”. Por eso, ha adaptado su rutina. Se despierta muy temprano, en ocasiones antes de las cinco de la mañana, y empieza a trabajar con la primera luz del día. Desde su finca, ve cómo el sol va iluminando poco a poco el pico de la Tiñosa, el punto más alto de la provincia, que se alza a lo lejos como testigo silencioso de su jornada.
“Intento acostarme temprano, pero eso no siempre se consigue. A las diez de la noche sigue habiendo claridad, y entre eso y el bullicio de la calle, cuesta descansar bien”, explica. Aun así, sabe que el descanso es fundamental para afrontar días duros, en los que el calor no da tregua y cualquier esfuerzo extra puede pasarse de la raya. “Más de una vez me he sentido agotada, sin fuerzas. Ahí es cuando hay que parar. El golpe de calor llega sin avisar y cuando lo notas de verdad, ya es tarde”.
Hay algo que siempre recuerda de su madre: “El sol no debe darte en la piel”. Así, aunque el calor aprieta, Manuela se cubre completamente con ropa ligera, sombrero y pañuelo. “Prefiero sudar, y que el sudor me refresque. Ya cuando llego a casa me doy una buena ducha y como nueva”. No hay que subestimar el poder de lo básico, insiste.
Olivos y al fondo el pico de la Tiñosa
Aunque su explotación es pequeña, en ciertos momentos del año necesita ayuda para tareas más intensas. Pero encontrar mano de obra no es fácil. “Lo que puedo ofrecer son trabajos puntuales, de dos o tres meses. Entiendo que no todo el mundo quiere o puede aceptar eso, sobre todo si tienen opción a algo más estable. Pero aquí el trabajo viene por campañas, no hay otra”.
TODOS A UNA
Manuela está casada. Su marido no se dedica al campo y tienen una hija de 17 años. “Nos las apañamos como podemos, colaborando todos en la casa. Lo llevamos como todas las familias que trabajan. Es muy importante que la familia esté unida. Compartir la casa entre todos es fundamental”, subraya. Esa red de apoyo es lo que le permite seguir dedicándose al campo con la tranquilidad de que en casa todo marcha.
EVITAR LOS INCENDIOS
Además de cuidar sus olivos, Manuela, como muchos otros agricultores de la zona, colabora en labores de prevención de incendios. Ella misma limpia y desbroza senderos y zonas de difícil acceso, donde la vegetación crece sin control. “Aquí estamos muy concienciados. Esto es un paraje precioso, único. Y cuidarlo es cosa de todos. Si no hacemos esas tareas, una chispa basta para que todo se convierta en ceniza. Y no nos lo perdonaríamos”.
Manuela Aguilera
Con orgullo, Manuela habla de la Subbética como un lugar especial, lleno de vida y belleza. Pero también como un entorno exigente, donde la agricultura se enfrenta al reto constante de la climatología extrema, la escasez de recursos y la falta de relevo generacional. “No es fácil, pero es mi vida. Y verla cada mañana despertar, con ese paisaje delante, compensa muchas cosas”.
Mientras las olas de calor se hacen más frecuentes y los veranos más largos, historias como la de Manuela ponen rostro a una realidad que a menudo se olvida: la del trabajo invisible, solitario y esencial que miles de personas como ella realizan para mantener vivos nuestros paisajes, nuestra alimentación y nuestras raíces. Y todo eso, antes de que el sol empiece a quemar.