En la festividad de la Virgen del Carmen, la Iglesia celebra el día de las gentes del Mar con la intención de centrar la atención y la plegaria en todas las personas que desde su sacrificado esfuerzo en los trabajos de la mar tanto enriquecen a la sociedad. Dar a conocer su situación supone denunciar las duras condiciones de las personas que trabajan en la marina mercante y en el sector de la pesca, y poner el acento también en el tráfico de seres humanos.

Es mucha la gente que en nuestro país se gana la vida faenando en el mar. En estos días, precisamente, asistimos con incertidumbre al final del acuerdo pesquero con Marruecos, que hace temer seriamente el futuro del sector en España. Este país considera una línea roja infranqueable su soberanía sobre las aguas del Sahara, donde se pesca actualmente más del 90% de las capturas de la flota europea, lo que afectará al comercio español de no verse renovado el acuerdo. Todo hace prever que el Gobierno español tendrá que inyectar ayudas al sector para reflotar una situación que se antoja incierta.

España tampoco es ajena al drama del tráfico de seres humanos que tiene al Mediterráneo como uno de los principales escenarios. Como ha dicho tantas veces el Papa Francisco, que el Mediterráneo sea un cementerio nos tiene que hacer pensar. El caso del Aquarius, cuyos protagonistas están siendo atendidos en buena medida por Cáritas, ha vuelto a poner de manifiesto la necesidad de abordar este asunto desde una política común en la Unión Europea, y deja claro que la solución para un fenómeno tan complejo, en el que está en juego la vida de miles de seres humanos, no es el mero marketing político.