Así se encuentra en condiciones de seguir la vida desprendida y consagrada al Señor, siguiendo el consejo evangélico de “si quieres ser perfecto, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres. Así tendrás un gran Tesoro en el Cielo”. La vida en el desierto fue junto a un experto llamado Pablo del que aprendió esta vocación. Después vivió durante bastante tiempo junto a un cementerio para meditar sobre la vida de Cristo que vence al pecado y a la muerte. Ante la situación que se vivía, apoyó con su oración y penitencia a San Atanasio en la lucha contra la herejía arriana, y defendió a los cristianos, frente a la persecución de Diocleciano. Siempre compaginó su apostolado, fundando comunidades, con sus prolongados retiros en la más absoluta austeridad. Su ejemplo cundió, reuniendo en torno a él a muchos discípulos, que le imitaron en esta forma ascética y eremítica. Muere el año 356 en el monte Colzim, cerca del Mar Rojo.