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CRÓNICA NEGRA (SERIE ESPECIAL) (Previsión)

El doble crimen de Lliçà: cuando el asesino lleva placa

Dos cadáveres, una casa revuelta, puerta forzada y pisadas ensangrentadas de calzados distintos: Josep Lluís Rua, el mosso condenado por matar a su mujer y a su suegra en Lliçà de Vall (Barcelona), creyó haber simulado al detalle la escena de un robo, pero el reloj que perdió en la refriega lo delató.,"No existe el crimen perfecto, aunque el acusado nos lo ha puesto muy difícil", reconoció la fiscal mientras hurgaba hasta en la más nimia incongruenci

Agencia EFE

Tiempo de lectura: 3'Actualizado 11:36

Rossi García Avila

Dos cadáveres, una casa revuelta, puerta forzada y pisadas ensangrentadas de calzados distintos: Josep Lluís Rua, el mosso condenado por matar a su mujer y a su suegra en Lliçà de Vall (Barcelona), creyó haber simulado al detalle la escena de un robo, pero el reloj que perdió en la refriega lo delató.

"No existe el crimen perfecto, aunque el acusado nos lo ha puesto muy difícil", reconoció la fiscal mientras hurgaba hasta en la más nimia incongruencia para desenmascarar a Rua, ante el jurado que lo declaró culpable de asesinar a cuchilladas a su mujer y a su suegra, en mayo de 2004, en el domicilio familiar de Lliçà de Mar.

Sin restos de ADN ni un móvil evidente, una escena del crimen disfrazada para sospechar de asaltantes de viviendas y una coartada creíble, el juicio dio margen a la defensa, que llegó a convencer a dos de los nueve miembros del tribunal popular de la inocencia del mosso.

Y es que, como mantuvo la Fiscalía, Rua jugaba con "ventaja" por su formación en la Escuela de Policía, por más que el procesado insistiera en que no había aprendido más que nociones superficiales de criminología en la asignatura de policía científica y algunas técnicas de defensa personal, con arma blanca y de fuego, durante su preparación como policía escolta.

La esposa y la suegra de Rua fueron halladas el 3 de mayo de 2004, cosidas a cuchilladas, en el comedor de su casa de Lliçà. A su alrededor, la puerta cristalera de la entrada hecha añicos, los cajones de la habitación matrimonial revueltos, joyas y piezas de bisutería esparcidas por la terraza y rastros de pisadas con sangre junto a los cadáveres, correspondientes a dos pares de zapatos de distinta numeración, del 41 y del 46.

Pese a la apariencia de un asalto, algunos detalles de la escena no tardaron en chirriar, al estilo de una novela negra de corte clásico: ya desde su primer atestado, los agentes de Homicidios apuntaron a un robo simulado y las pesquisas viraron hacia el entorno familiar, con su colega mosso d'esquadra como principal sospechoso.

Los cristales de la puerta de entrada habían sido reventados con un cenicero de la casa -raramente un ladrón no lleva herramientas propias- y desde el interior, no se echó en falta ningún objeto de valor con la excepción de una cámara de fotos, el cuchillo utilizado en el crimen parecía haber sido limpiado y vuelto a colocar en una cómoda y, además, las joyas tenían aspecto de haber sido lanzadas intencionadamente, no en una huida precipitada.

Faltaba sustento en la coartada de Rua, que aseguró encontrarse en una casa que la familia tenía en obras en otra zona de Lliçà, aunque nadie vio su coche estacionado en la puerta, y sorprendían las heridas en la mano del agente, que según los forenses probablemente se había causado durante los dos apuñalamientos sucesivos.

El acusado había tratado de camuflar también el origen de esos rasguños, golpeando las puertas y paredes de su casa, en un estudiado gesto de desesperación, ante los primeros policías locales que acudieron a la vivienda, tras descubrirse los cadáveres.

A todas esas dudas se sumó el principal indicio contra Rua, su reloj de marca Tag Heuer fue encontrado bajo la pierna del cadáver de su esposa, pero también para eso el acusado blandió una coartada: se lo había olvidado en la cocina tras quitárselo para lavar los platos y, seguramente, los ladrones habían intentado llevárselo y se les había caído.

Para apuntalar unas sospechas que ya acechaban a Rua, a los investigadores les faltaba hilvanar el móvil del crimen, sin una explicación aparente en un matrimonio de aspecto bien avenido, con dos hijas pequeñas, sin antecedentes por violencia machista.

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Pronto el entorno de la víctima proporcionó las claves al revelar que la mujer del agente sospechaba que le era infiel y que habían reñido por una fiesta en una limusina de lujo a la que Rua había asistido días antes. El día del crimen, la cama de la pareja estaba deshecha solo por un lado, de lo que se deducía que no habían dormido juntos.

El jurado popular compró la tesis de la Fiscalía: Rua mató a su mujer para buscar una salida fácil con la que acabar con sus problemas matrimoniales sin perder la custodia de sus hijas ni los bienes de la pareja. ¿Y la suegra? Un daño colateral, se vio obligado a matarla cuando lo sorprendió en pleno apuñalamiento.

Apoyado por su familia, Josep Lluís Rua ha reivindicado siempre su inocencia y no ha dejado de proclamarse víctima de un error judicial, equiparable al del tribunal popular que juzgó el caso de Rocío Wanninkhof.

Únicamente se le cuenta un desliz, cuando, quizá en un alarde de soberbia, avisó a los mossos que lo detuvieron por el doble asesinato: "Tenéis muchos indicios, pero ninguna prueba". EFE

rg/ros

(Recursos de archivo www.lafototeca.com Códigos: 2317490, 2313552, 1181626 y otros)

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