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Diez impactantes curiosidades que tal vez no sabías sobre la dinastía de los Borbones

"Los Borbones y sus locuras" repasa su historia y las turbulencias, extravagancias e intimidades que han obligado a la familia a adaptarse constantemente

Diez impactantes curiosidades que tal vez no sabías sobre la dinastía de los Borbones

Tiempo de lectura: 6'Actualizado 03 sep 2020

La dinastía de los Borbones, que nació en Francia pero reinó en distintos territorios europeos a partir del siglo XVI, ha dado a España once reyes y ha formado parte indisoluble de los tres últimos siglos de la historia del país. En el libro "Los Borbones y sus locuras" (La Esfera de los libros) se repasa su historia y las turbulencias, extravagancias e intimidades que han obligado a la familia a adaptarse una y otra vez al cambio de los tiempos.

1.º Los orígenes medievales

Como el resto de las ramas francesas, los Borbones presumían de proceder de la casi legendaria dinastía de los Capetos, que vertebraron los primeros años de la historia del Reino de Francia como tal. Los Capetos se extinguieron, pero su sangre legitimó a las distintas ramas de los Valois, que reinaron durante gran parte de la Edad Media en Francia, y a los propios Borbones. Roberto de Clermont, el sexto hijo del rey San Luis de Francia, uno de los últimos miembros de la dinastía Capeto, se casó en 1272 con Beatriz, señora de Borbón, un territorio justo en el corazón geográfico de Francia. De este lugar es originario el nombre de la casa.

2.º Felipe V contra los bufones españoles

Una de las primeras medidas que tomó el primer rey Borbón en España fue expulsar a bufones, enanos y locos de la corte, lo que los Austrias designaban «las sabandijas de palacio», un grupo de personajes que formaban casi parte de la familia real. Felipe, que no hablaba apenas español y no conocía las costumbres del país, sufrió un choque cultural inmediato a su llegada al país. No le gustaba la forma de vestir de los españoles, donde el negro era síntoma de la máxima elegancia, ni le interesaba su literatura ni su comida. Sus constantes choques con los cocineros de palacio, que se negaban a preparar comida francesa, provocaron una huelga en las cocinas que tuvo graves consecuencias para el rey en su noche de boda.

3.º El matemático que adivinó la muerte de Luis I

El hijo mayor de Felipe V enfermó de viruela el 14 de agosto de 1724, sufriendo fiebres y delirios. Falleció antes de que terminara ese verano, siete meses y medio después de que comenzara su reinado, el más breve de la historia española, si no se cuenta el gobierno iure uxoris (por el derecho de su mujer) de Felipe I de Castilla. Se da la curiosa coincidencia de que un almanaque de la época, firmado por el escritor, sacerdote, médico y matemático Torres Villarroel, pronosticó tiempo antes para ese día palabras negras: «Se muda el teatro en salón regio. Muertes de repente que provienen de sofocaciones del corazón y algunas fiebres sinocales con delirio».

4.º Las «peloteras» de Fernando VI

Este rey tuvo uno de los reinados más prósperos y estables tanto a nivel militar como económico en la historia de la dinastía. Fernando supo delegar en los ministros adecuados para lograr la paz en su reino y para que la Ilustración penetrara en el país, aunque ciertamente mostró ciertas limitaciones intelectuales a la hora de tomar decisiones propias. Su confesor, el padre Rávago, aseguraba que «se aflige con papeles largos», a modo de eufemismo para no llamar tonto de capirote a su regia figura. El Marqués de Ensenada, el hombre fuerte del reinado, sabía que el rey se encendía en «peloteras» con las malas noticias, así que se limitaba a no dárselas o a ir con la solución ya prevista en el otro bolsillo para que Fernando se fuera a cazar, bailar o jugar cuanto antes. Durante este periodo se vivieron algunas de los más grandiosos espectáculos palaciegos, entre ellos la flota del Tajo, que asombró a Aranjuez con una armada en miniatura. Divertir al rey era una cuestión de Estado.

5.º El cazador que odiaba cazar

Carlos III ha pasado a la historia, aparte de por sus reformas y por ser uno de los mejores monarcas de la dinastía, por su amor hacia la naturaleza, que plasmó en su protección de los bosques, en la financiación de expediciones científicas y en su afición casi obsesiva por la caza. El cuarto de los reyes Borbones españoles solo parecía feliz entre perros, caballos y escopetas de caza, de las que era un experto coleccionista. Tenía una puntería prodigiosa… Cazaba cada día. Podía hacerlo lloviendo o con un calor atroz. El viajero inglés Townsend aseguraba, con ironía, que «el tiempo no lo detiene jamás, porque no teme ni al trueno, ni al relámpago, ni al granizo, ni a la lluvia, ni a la nieve». Cuando había poca luz, cazaba con antorchas.

No obstante, la caza era algo más que ocio para él. Según su primer biógrafo, el conde Fernán Gómez, el rey reconocía que «si muchos supieran lo poco que me divierto a veces en la caza, me compadecerían más de lo que podría envidiarme esta inocente diversión». El soberano estaba convencido de que solo el ejercicio y una buena alimentación podría combatir la hipocondría hereditaria de su familia, la misma que había atormentado a su padre y a su hermano.

Diez impactantes curiosidades que tal vez no sabías sobre la dinastía de los Borbones

6.º Las extrañas aficiones de Carlos IV

Salvo en política internacional, el interés de este rey por las cuestiones de Estado era más bien limitado y su dedicación a los despachos un paréntesis en un horario saciado de tareas artesanales. Lo que más entretenía a Carlos eran los trabajos manuales, ya fuera con carpinteros, ebanistas, torneros o forjadores compartía, como uno más, oficio en los talleres reales. Con todos ellos se mostraba cercano y hasta disfrutaba probando el vigor de los mozos de cuadra más fornidos, batiéndose casi desnudo al pancracio griego y a la lucha leonesa. Una vez colgaba el delantal de artesano, salía al mediodía a cazar, que era su otro gran pasatiempos.

7.º Las empalagosas cartas de Fernando VII

El hijo primogénito de Carlos IV fue el primero de todos los reyes Borbones que protagonizó relaciones extramatrimoniales de forma ostentosa. En contra del mito de los pícaros Borbones, todos sus antecesores habían sido discretos en su vida íntima y ninguno había desarrollado obsesión por el sexo. El Deseado tuvo cuatro esposas, las cuatro llamadas Marías, y parece que a las cuatro le puso la cornamenta, lo cual no fue obstáculo para dirigirse a todas ellas en un tono siempre sumiso y extremadamente cariñoso en su correspondencia. Se puede leer en estas misivas tan empalagosas expresiones como «pichoncita de mi corazón», «mona mía», «pimpollo mío», «ídolo mío», «azucena», «resalada», «gachona», «paloma», «salero de mis ojos». En una ocasión se atrevió hasta con un pareado dirigido a su esposa: «El corazón me hace pitititi, señal de que muero por tititi».

8.º La obesidad de Isabel II

La reina incrementó su peso corporal año a año hasta elevarse, como su padre, que llegó a pesar más de cien kilos, en una persona obesa. La idea que ella tenía de una merienda frugal, pensada para una jornada de caza, consistía en un ligero picoteo de galantina de pavo trufado, jamón cocido, lengua escarlata, riñonada de vaca, pollas asadas, queso Gruyère, frutas, dulces, pan y seis botellas de vino de Burdeos. Un aperitivo en comparación con lo que se hacía servir en palacio. Consta que en un almuerzo cualquiera de 1867 tomó sopa de tortuga, consomé y macarrones a la napolitana de entrada, y después kulibaks a la rusa, salmón a la real, jamón con vino dulce, supremas de perdices trufadas, pollo a la Nesselrode con ensaladilla rusa, pato asado y patés de foiegras. De postre, como aún le quedaba hueco, se despachó una crema de marraschino con napolitanas y piña.

Pero no solo se trató de una cuestión de apetito desmesurado o falta de autocontrol, sino por problemas médicos relacionados probablemente con las tiroides.

9.º El rey ateo

Alfonso XII, que pasó su adolescencia en el exilio, se interesó siempre más por lo castrense que por la aritmética o la filosofía. «Mi mayor placer sería estar a caballo asistiendo a batallas y batiéndome yo mismo», llegó a declarar. Su plan de estudios, mucho más cuidado que el de su madre, conjugaba materias teóricas con ejercicios físicos propios de quien debía saber tanto de política como del ejército, que en esa España eran dos elementos abrazados de forma salvaje. El heredero no era muy adicto a los estudios teóricos, aunque dominó con facilidad el francés, el inglés y el alemán. La camarilla clerical procuró que la educación religiosa rezumara por cada poro del muchacho, quien, incluso después de haber sido apadrinado en su nacimiento por el papa Pío IX, anotó que no era creyente en un documento personal con apenas veinte años. Aunque es un dato que ha pasado inadvertido, la falta de fe de este Rey es un hecho excepcional en una familia siempre vinculada al catolicismo.

10.º Las derrotas de Alfonso XIII frente a Churchill

Hubo pocos reyes con tantas aficiones y diversiones en su haber como el primer monarca Borbón que reinó en el siglo XX, la centuria del ocio y el deporte. Fiel a las tradiciones familiares, Alfonso ya era aficionado a la caza a los nueve años y a lo largo de su vida viajó por varios países cazando animales exóticos con los que sus antepasados solo pudieron soñar. La gran novedad vino con la práctica del sport (que se decía entonces) a través de la vela, la gimnasia, el esquí, el tenis y hasta el polo, deporte que practicaba sobre todo con aristócratas británicos, entre ellos un joven oficial llamado Winston S. Churchill, y nobles españoles con los que parece ser que no dejó de morder la hierba. Entre 1913 y 1914 disputó cuarenta y ocho partidos, de los que solo ganó dieciocho.

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