Hasta que ha estallado el “caso Bárcenas” en el seno del Partido Popular,  no se había registrado en nuestro país un escándalo público tan mayúsculo, aunque hayan sido muchos los casos de corrupción que han sacudido a los partidos a lo largo de los años. Se ha dado incluso la paradoja de que el secretario general del PSOE, Pérez Rubalcaba, al rasgarse públicamente las vestiduras, se ha olvidado de los antecedentes que afectaron a su partido con clamorosas condenas, así como de los Eres falsos de Andalucía y las graves presunciones de corrupción que pesan sobre varios de sus dirigentes. Lo cierto es que la situación de crisis económica ha agudizado las exigencias de moralidad pública en el comportamiento de quienes tienen responsabilidades de gobierno. Pero como no hay mal que por bien no venga, ha llegado el momento de recuperar las virtudes, sobre todo la honradez y el honor, que han cimentado la idiosincrasia española y que todos los partidos políticos, los sindicatos y demás agentes sociales, se pongan de acuerdo para dar la batalla a la corrupción, un concepto que es mucho más amplio que el tráfico de influencias o el manejo de dinero negro. Por ello asombra que la propuesta de Mariano Rajoy de llegar a un pacto contra la corrupción, haya sido desdeñada por Rubalcaba, más empeñado en recuperar su dañado liderazgo en el seno de su partido que en colaborar con el Partido Popular en la busca obligada del bien común.