Uno de los asuntos centrales de la visita del Papa a Sri Lanka y Filipinas son sus llamamientos al diálogo entre distintas religiones, precisamente en Asia, el continente con más casos de persecución religiosa. El viaje comenzó  marcado por los atentados de París contra la comunidad judía y el semanario Charlie Hebdo. En respuesta a las inquietudes que estos hechos han provocado en Occidente, Francisco ha dejado claro que «no se puede matar en nombre de Dios», y ha defendido sin ambages el derecho a la libertad de expresión. Pero igual que hay límites a la libertad religiosa, lo mismo vale para la libertad de expresión, que no debe utilizarse para insultar gratuitamente «la fe los demás». Es llamativo que la mayor incomprensión ante estas afirmaciones provenga de ámbitos en los que, durante años, poco o nada se ha dicho de la persecución contra los cristianos. Los obispos de los países donde los cristianos son víctimas del yihadismo, han mostrado en cambio su rotundo rechazo a las burlas contra las creencias de los musulmanes en Occidente. Como pedía Benedicto XVI en Ratisbona, un discurso que acaba de recordar Francisco, las religiones, también la musulmana, deben abrirse a la razón, y aceptar la libertad religiosa y de conciencia. Pero el ahora Papa emérito criticaba también que en Occidente se quiera excluir la religión de la vida pública o incluso ridiculizarla. Una actitud que impide la integración de personas procedentes de otras culturas y dificulta enormemente la convivencia.