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¿Somos de palmas o de ramos en Lugo?

Depende del lugar en el que nos hemos criado, si hemos crecido en un entorno urbano o en el medio rural, en la ciudad o en la aldea.

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Ramudo

Lugo

Tiempo de lectura: 3'Actualizado 22 mar 2024

¿Somos de palmas o de ramos? Supongo que depende del lugar en el que nos hemos criado, si hemos crecido en un entorno urbano o en el medio rural, en la ciudad o en la aldea.

Cuando llegamos a estas alturas del año, a solo unas horas del Domingo de Ramos, siempre me viene a la cabeza una fotografía que mi madre tiene colgada en la pared de su habitación. En realidad es un único cuadro, pero son dos instantáneas distintas, una especie de díptico. En la parte derecha estoy yo. En la izquierda aparece mi primo Julio. Ambos somos niños pequeños. Tenemos prácticamente la misma edad. Siempre estuvimos en cursos diferentes. Le llevo solo cinco meses, pero él nació en el mes de enero. Cuando tomaron esa imagen tendríamos cinco o seis años. Vamos vestidos prácticamente igual, con una especie de conjunto azul celeste combinado con blanco, de dos piezas, y calzado a juego. Las palmas que sujetamos con nuestras pequeñas manos aportan una pista definitiva sobre el momento justo en el que nos retrataron. Sobre la celebración que motivó que nos vistiesen de tiros largos. Fue en Andorra la Vella, capital del pequeño país donde nos trajeron al mundo y nos criaron a ambos.

Solo recuerdo haber llevado palma el Domingo de Ramos cuando vivíamos en ese pequeño estado pirenaico, a donde emigró parte de mi familia en los años 70 para ganarse la vida. De vuelta a casa, con siete u ocho primaveras a cuestas, el castellano como primera lengua y menos habilidades rurales que una farola de la Praza Maior, mi vida cambió de forma radical. Para mejor, sin duda. De un entorno urbano, en el que convivían a diario personas de diferentes nacionalidades, aterricé de morros en lo que algunos llaman ahora la Galicia profunda. Ni tan mal. Recuerdo que cuando regresaba a Andorra después de las vacaciones de verano, iba llorando hasta Soria. A los pocos meses ya hablaba gallego como mis padres y me adapté enseguida a nuevos usos y costumbres.

En Lanzós, en Vilalba, los niños no tenían palmas en la iglesia el Domingo de Ramos. Había quien cogía una rama de laurel o de olivo para que se la bendijese el sacerdote de la parroquia, pero otra mucha gente hacía ramos preciosos en sus propias casas para llevarlos a misa ese día. Algunos eran enormes, otros muchos más manejables. Los había de una tosca manufactura, pero también otros que eran realizados con mimo, delicados y perfectamente rematados. Recuerdo como mi padre los iba preparando con paciencia, el suyo y el mío, casi como si fuese un trabajo de artesanía.

CÓMO SE HACÍA EL RAMO

Me gustaba llevar ese ramo, pero creo que incluso disfrutaba más viendo cómo lo hacía. Lo acompañé en varias ocasiones a buscar “palmaregos” a una finca de mi abuelo Salustiano, “O Inlló da Vaca”. Estaba, y está, en el quinto pimiento, pero había que moverse porque esas plantas no son tan comunes en el lugar en el que vivíamos. Son unos arbustos leñosos, altos y delgados. Crecen derechos hacia el cielo y aparecen rematados por una especie de espigas que los hacen todavía más vistosos.

Mi padre juntaba varios, cinco o seis -o más-, y los unía en un único tronco, sujetos por un cordel blanco muy tenso. Luego coronaba ese cuerpo central con ramitas de laurel y de olivo. El tamaño era variable. Los “de mano” eran mucho más manejables, pero yo siempre le pedía que el mío fuese grande. Incluso más alto que yo. Como si pudiese crecer un palmo por llevarlo en la mano. Cosas de la edad. La felicidad es mucho más simple cuando somos niños. Todo es más complicado cuando nos hacemos adultos.


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