Cada vez se nota menos lo de ser local o visitante. Desde que las gradas se enfriaron –por culpa en gran parte de las televisiones y el fútbol-negocio- la presión por jugar ante una hinchada rival se ha convertido en poco más que una incomodidad. Cada vez resulta más impredecible acertar en las quinielas y lo que antes eran sorpresas mayúsculas ahora apenas suponen ligeras alteraciones en el guion. El Córdoba, que es lo que nos interesa, es un buen anfitrión. O, lo que es lo mismo, un pésimo equipo como local. De hecho, viene siendo su gran cruz desde hace cuatro temporadas. Los motivos son ignotos, porque encima cuenta con una afición fiel y numerosa. En ese margen temporal, con lo que ha conseguido de visitante, por el contrario, le ha bastado para un ascenso y un play-off de ascenso. Pero esta temporada, en una situación clasificatoria algo peor, es casi imperativo que los de Carrión mejoren en El Arcángel. Y esa mejoría, además, tendrá que ser inmediata. El próximo sábado llega el necesitadísimo Rayo y cuatro días más tarde el Alcorcón tendrá la firme intención de hacer bueno el empate a cero conseguido en su estadio (ya saben, aquella patraña de la validez doble de los goles en feudo ajeno). De ganar ambos encuentros –no es imposible, sí un reto- el Córdoba podría verse casi a mitad de temporada igualado a puntos con los equipos que lucharían por subir y en cuartos de final de Copa. No suena mal, ¿verdad? Por eso, ahora más que nunca, toca pedirle a quienes rigen la entidad que sean conscientes de las cosas de casa. De enganchar más si cabe a una hinchada que está frita por sonreír sin preocupaciones. Por soñar. El primer paso podría ser no cobrarle a los abonados por el partido de vuelta de octavos. A buen seguro que esa mínima inversión la podrían rentabilizar, de pasar, en la siguiente ronda. Sobre todo si nos toca un Madrid o Barça, que son los únicos nombres que parecen reconocer determinados sectores empresariales de esta ciudad anclada –en ciertos aspectos- en la prehistoria.