Con el jueves Santo iniciamos el Triduo Pascual que constituye para los cristianos el vértice de la historia de la salvación, la gran revolución que emprendió Jesucristo basada en el amor y que cambió la historia. El mundo está lleno de conflictos y violencia, y cada día surgen motivos para la aflicción o el miedo. Pero el origen de esta oscura cadena de inquietudes radica en las decisiones que dan la espalda a lo que celebramos en esta Semana Santa. Resulta sumamente revelador que el Papa Francisco hablase ayer del amor como una pérdida de poder, en la medida en que quien dona se despoja de algo, y amar es un don. No parece que estas palabras estén en línea con la cultura política que solo aspira a la posesión del poder por el poder. En contraste, el Papa hablaba de la semilla que muere para dar su fruto. Esta es la vía que la Semana Santa nos muestra para vencer el mal y dar esperanza al mundo. En definitiva, la señal por la que el mundo puede reconocer la novedad que Cristo ha introducido es la unidad de sus discípulos, razón por la que hoy celebramos el Día del Amor Fraterno. Es el día que Jesús instituyó la Eucaristía y el Orden Sacerdotal para que lo tuviéramos siempre con nosotros. Mañana llegará la muerte en la Cruz, cumbre de toda la esperanza humana que anticipa la Resurrección, la alegre y festiva Pascua que realiza la promesa de la vida eterna. Son estas realidades las únicas que ayudan a enfocar y resolver las discordias y conflictos, ya sea a nivel familiar, nacional o internacional.