El Ejército de Irak ha distribuido las imágenes que testifican la destrucción de la Mezquita de Mosul. El ISIS proclamó allí el Califato y allí ha decidido, en palabras del Primer Ministro de Irak, reconocer su derrota. Los terroristas han preferido destruir la Mezquita milenaria de Al Nuri y su famoso minarete antes que respetar esa joya de la historia y de la religión islámica. Es casi imposible comprender cuáles son las motivaciones de estos fanáticos que han hecho del odio y la destrucción los únicos motores de su existencia.Se calcula que no más de 300 yihadistas resisten en la ciudad vieja de Mosul. Han sido suficientes para sembrar de explosivos la zona que aún controlan y condicionar el ritmo de la toma definitiva de la ciudad. Hace tres años proclamaron el Califato y tres años después el balance es muerte, destrucción y barbarie. La existencia de un terrorismo extraordinariamente cruel y fanático al que no importan ni la nacionalidad, ni la lengua, ni la religión de sus víctimas, debe obligar a una alianza verdaderamente internacional que haga de la diplomacia, los acuerdos de cooperación y el desarrollo de los servicios de inteligencia su principal arma. Es verdad que hace falta tejer redes de confianza, pero no es una cuestión solo de oportunidad, sino de absoluta necesidad.