Cuarta Estación. Jesús encuentra a María, su Santísima Madre

En medio de todo el ruido de este mundo, hay un rostro que siempre está ahí. María, la Madre del condenado, entre el barullo de soldados romanos y del pueblo alborotado, no aparta la vista de su Hijo. Cuántas madres hoy sufren con impotencia por sus hijos. Al pie de la cruz, Ella será el signo más claro de que Jesús no es un maldito sino que sigue siendo el hijo muy amado. Se puede ser el hijo muy amado y estar clavado en la cruz. El hijo la necesitó al pie de la cruz. No cualquier manera de vivir el dolor vale. Podemos malearnos, envenenarnos, amargarnos y endurecernos en el dolor. Necesitamos a la Madre. Estuvo magnífica al pie de la cruz. Ni una palabra, pero subió al Calvario como madre de uno y bajo como madre de todos nosotros. Creció, se agigantó al pie de la cruz. La única creyente al pie de la cruz. Cuando Jesús entregó su Espíritu ¿quién lo recogió? Santa María. Hubo un momento en que todo el Espíritu de Jesús lo tuvo Santa María. Hubo un momento en que toda la Iglesia fue María y después en Pentecostés, con María, el Espíritu para toda la Iglesia. La Iglesia hoy prolonga la maternidad de María.

Tercera Estación. Jesús cae por primera vez

En un mundo herido tras la pandemia, asolado por la guerra de Ucrania y por los más de 30 conflictos armados que existen en el planeta, los crucificados de la tierra claman a Dios. La cruz es compleja, no es simple. El papa Francisco en la Misa Crismal del 2021 dijo: “Es verdad que hay algo de la Cruz que es parte integral de nuestra condición humana, del límite y de la fragilidad. Pero también es verdad que hay algo, que sucede en la Cruz, que no es inherente a nuestra fragilidad, sino que es la mordedura de la serpiente… Es el veneno del maligno que sigue insistiendo: sálvate a ti mismo... ¿Por qué el Señor abrazó la Cruz en toda su integridad? ¿Por qué Jesús abrazó la pasión entera, abrazó la traición y el abandono de sus amigos ya desde la última cena, aceptó la detención ilegal, el juicio sumario, la sentencia desmedida, la maldad innecesaria de las bofetadas y los escupitajos gratuitos…? Pero cuando fue su hora, Él abrazó la Cruz entera. ¡Porque en la Cruz no hay ambigüedad! La Cruz no se negocia".

Segunda Estación. Jesús carga con la Cruz

Jesús recoge nuestras preguntas. Las más generales: ¿Dónde está Dios? ¿Cómo puede permitir esto? Y Dios ¿qué? Y las más concretas: ¿Por qué a mí? ¿Y esto en los más pobres? ¿Merece la pena vivir? La respuesta de Dios al mal es su Hijo. Jesús de Nazareth ha asumido el mal. Lo ha cargado sobre Él, ha tocado las raíces del dolor humano y por eso acompaña desde dentro a toda la humanidad. Paul Claudel, el poeta francés, lo dice muy bien: "Jesús no ha venido a quitar o a explicar el dolor humano, sino a llenarlo de su dulce presencia". Sería injusta la creación si Dios se hubiera librado de las consecuencias negativas de la misma. Pero no; Dios se ha hecho hombre. Ha asumido personalmente el mal del mundo. Dios no ha querido desentenderse de este mundo nuestro. Dios se ha zambullido de lleno en el mundo, en Jesús de Nazareth. En Él comparte nuestra suerte. En su Encarnación ha asumido esta humanidad nuestra en su forma más vulnerable y con todas sus consecuencias. Y en el dolor y en la muerte no se ha ahorrado, no ha dejado de amar y se ha dado hasta el extremo y libremente.

Primera estación. Jesús es condenado a muerte

Jesús fue condenado por los hombres de su época. Igual hoy; seguimos condenando a muchos a muerte. Las vidas más inocentes, como fue la de Jesús, están sentenciadas. Las guerras y la violencia; la pobreza y la exclusión; el paro y la precariedad laboral; la marginación y la discriminación; el racismo, la trata de personas y la prostitución, los no nacidos y los más débiles en su ancianidad. Todas estas situaciones las juzgamos de muerte para quienes las atraviesan. Jesús condenado a muerte acompaña desde dentro a todos los condenados hoy y desciende a los infiernos de la humanidad. Nadie podrá descender tanto. Nosotros, cuando experimentamos el abandono de Dios, nos refugiamos en otras realidades auténticas: familia, amigos, trabajo, descanso y servicio. Jesús, constitutivamente el Hijo, se rompe, experimentando el abandono del Padre. Como su vida se iluminó en el monte Tabor al experimentar la cercanía del Padre, aquí su vida se oscurece en la noche más profunda de la humanidad. Desde esa experiencia acompaña nuestras noches. En adelante nuestra soledad ya no será radical. Siempre estará Él.

COPE GP (03-04-2023)

¿Es justa la sanción a Sainz? Análisis con Juncadella, Merhi y Roldán. GP de Argentina de motociclismo. Hablamos con Alex Márquez. Nuevo podio de Palou en la Indycar.

De Rosca, capítulo 469 (03-04-2023)

Con Luis Malvar. Entrevistas a Antonio Rama (Ent. Granollers) y José Ignacio Prades, seleccionador femenino. La firma, José Javier Iso. Los Magníficos. Mis Pajaritos. Siete Metros.

Octavo susurro. María, ve y diles…

Dice el Evangelio que Jesús «los amó hasta el extremo». Esto quiere decir que, al entregar su vida, Jesús, les vino a confirmar que nunca morirían para Él. Tampoco nosotros. El Dios que resucita nos regala la Vida Eterna, el Cielo, el Paraíso, o como queramos llamarlo. Ningún mérito nuestro sería capaz de conquistar ese destino. Accede a contenidos adicionales en: cope.es/susurros

Séptimo susurro. Inma, estoy vivo

En la resurrección se da el abrazo personal con Dios; el abrazo íntimo de Dios. Ese abrazo es la incorporación definitiva a formar parte del rostro de Dios, de su imagen que es, verdaderamente, de dónde venimos. Decía Teilhard de Chardín: «En la eternidad éramos; al nacer comenzamos a existir. Existir es ser en el tiempo. Y al morir dejamos de existir, pero no dejamos de ser. Somos seres espirituales que vivimos una aventura terrenal». Accede a contenidos adicionales en: cope.es/susurros

Séptima meditación. Domingo de Resurrección

“Vosotras, no temáis; ya sé que buscáis a Jesús, el Crucificado. No está aquí. Ha resucitado, como había dicho”. Es la luz de Dios la que ilumina y alumbra todo. Es una nueva dimensión de la existencia. Hay un inicio de la eternidad. El ángel del Señor corrió la piedra del sepulcro y se sentó encima. Dios es vencedor de todas las losas que nos angustian y oprimen la vida de los hombres y mujeres de esta tierra. “Ha resucitado” es lo nuclear y hecho fundante de nuestra fe y la vida de todo discípulo de Cristo. Nuestros sufrimientos, el pecado y la muerte han sido vencidas.

Sexta meditación. Sábado Santo

¿Te sucede que el Sábado Santo es el día del Triduo pascual que más descuidas, ansioso por pasar de la cruz del viernes al aleluya del domingo? Para que esto no te ocurra, puedes fijarte en las mujeres que acompañaron a la Virgen en todo momento. Para ellas, como para nosotros, era la hora más oscura. Pero en esta situación las mujeres no se quedaron paralizadas, no cedieron a las fuerzas oscuras de la lamentación y del remordimiento, no se encerraron en el pesimismo, no huyeron de la realidad. Realizaron algo sencillo y extraordinario: prepararon en sus casas los perfumes para el cuerpo de Jesús. (...) Sin saberlo, esas mujeres preparaban en la oscuridad de aquel sábado el amanecer del “primer día de la semana”, día que cambiaría la historia.

Quinta meditación. Viernes Santo

“Tengo sed”. Jesús, cuando tomó vinagre dijo: “Está cumplido”. “E inclinando la cabeza, entregó el espíritu”. El relato de la pasión nos llena de emoción, de lágrimas, de esperanza. Somos escuchantes de la Palabra y acompañantes de Cristo en su camino hacia el Calvario. Lo vemos injuriado, escupido, triturado, traspasado, y todo por amar de un modo definitivo y auténtico. Sin mentiras. El acto sincero que nos lleva a reconocerle como el Hijo de Dios, el predilecto. Junto a su madre María y al discípulo Juan contemplamos al Crucificado sin perder la esperanza. Jesús experimenta el abandono total, la situación más ajena a Él, para ser solidario con nosotros en todo. Lo hizo por mí, por ti, por todos nosotros, lo ha hecho para decirnos: “No temas, no estás solo. Experimenté toda tu desolación para estar siempre a tu lado”.

Cuarta meditación. Jueves Santo

«Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer». Cristo da a conocer, con estas palabras, el significado profético de la cena pascual, que está a punto de celebrar con los discípulos en el Cenáculo de Jerusalén. Sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. En la última Cena, Jesús instituyó el sacramento de la Eucaristía y el sacerdocio. El lavatorio nos queda como una imagen de lo que fue toda la vida de Jesús, el Señor, un continuo abajarse para reconciliar al hombre con Dios.

Tercera meditación. Miércoles Santo

El miércoles Santo recordamos la triste historia de uno que fue Apóstol de Cristo: Judas. Así lo cuenta San Mateo en su evangelio: Uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo: "¿Cuánto me dan si les entrego a Jesús?". Ellos quedaron en darle treinta monedas de plata. Y desde ese momento, andaba buscando una oportunidad para entregárselo. ¿Por qué recuerda la Iglesia este acontecimiento?

Segunda meditación. Martes Santo

Algo tan humano, y tan divino, como compartir la mesa con sus discípulos, con sus amigos. Jesús, a corazón abierto, les habla de la glorificación del Hijo del Hombre. Mientras tanto se macera la traición y la negación. La fuerza de la palabra y la certidumbre de las obras. El amor infinito de Jesús y la traición de la amistad. ¡Qué frágiles somos! ¡Cuánto necesitamos fundamentar nuestra fe en la relación íntima con Cristo!

Primera meditación. Lunes Santo

Como una prueba más de la infinita caridad de Dios, el Señor se ha quedado realmente en el sagrario para estar cerca de nosotros. Si el amor y la fe impulsaron a María a mostrar tal delicadeza para el Señor ungiendo sus pies en Betania, también el amor y la fe pueden movernos a nosotros, a ti a tener mayor devoción a la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. No piensa María que hace una cosa extraordinaria al gastar ese perfume tan valioso para ungir al Señor; actúa con la espontaneidad del amor. Solo Cristo sabe que, dentro de unos días, lavará los pies a sus apóstoles y María se le ha adelantado con aquel gesto.

Epílogo

María Magdalena es la figura femenina más relevante en los textos evangélicos, por delante de la otra gran María, la Madre de Dios. Fue la primera persona que tuvo la certeza de que Jesús de Nazaret había resucitado. Y, siguiendo el mandato directo de Cristo, de ir a comunicárselo a los demás, nadie la creyó. ¿Cuántas mujeres hoy en el mundo siguen proclamando la resurrección y no son creídas? Accede a contenidos adicionales en: cope.es/susurros

Octavo susurro. Haced esto en memoria mía

Todos habían sentido la resurrección de Jesús. Ahora, juntos podían hacer realidad lo que tantas veces les había dicho y explicado sobre el reino de Dios ese Jesús que sabían vivo. Se situaron en un espacio de la sala y hablaron de cómo empezar a llevar a cabo la misión que Jesús les había encomendado. Accede a contenidos adicionales en: cope.es/susurros

Séptimo susurro. Ve y diles

Las mujeres estaban felices. Todas sabían ya que Jesús estaba vivo. ¡Vivo! Se reían recordando anécdotas. Recordando cómo explicaba las parábolas, cómo se divertía cuando celebraban algo, las bromas a Pedro, lo que le gustaba comer… La historia no era pasado. La historia era vida. Nuestra vida. Accede a contenidos adicionales en: cope.es/susurros

Sexto susurro. ¡Oh, noche que juntaste Amado con amada!

¿Quién se habrá llevado el cuerpo? ¿Dónde estará? El deseo le juega malas pasadas a María Magdalena. Siente como si se acercara alguien, pero no hay nadie. Viene a su memoria del corazón el día, el amanecer, en el que vio a Jesús por primera vez. Allí, a la puerta de su casa en Magdala, acurrucada sobre ella misma. Accede a contenidos adicionales en: cope.es/susurros

Quinto susurro. Lo busqué y no lo encontré

María Magdalena acude al sepulcro, pero la losa está quitada. El sepulcro está abierto. ¿Habrá venido alguien a embalsamar su cuerpo? Acelera el paso y entra… ¡No está! El sepulcro está vacío, ¿dónde lo han puesto? Sale a mirar fuera, ¿hay alguien por ahí? ¿Quién se lo ha llevado? Dios, ¿por qué me lo quitas también después de muerto?, se pregunta. Accede a contenidos adicionales en: cope.es/susurros