Madrid - Publicado el
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La mujer que entra en el Santoral de este sábado supo compaginar la vida cotidiana con un sano esparcimiento hasta llegar a una vida de consagración especial y total a Dios. Porque hoy celebramos a Santa Isabel de la Trinidad.
Nacida en 1880 cerca de Bourges, fue bautizada a los cuatro días con el nombre de Isabel Josefina, y de niña perdió al padre. A pesar de los pronósticos de una salud decrépita, ella creció bastante robusta. Su carácter era fuerte y decidido, aunque también tenía dentro de ella una fuerte dulzura y comprensión hacia los demás.
Le gustaba la música. De hecho, tocaba el piano y le encantaba componer melodías. Sintiendo la llamada a la vida consagrada, su madre se opuso a que entrase en las carmelitas. Ella entretanto se formaba y tenía momentos de encuentro con sus amigos.
Así también fue un testimonio mostrando que es posible un ocio saludable. Más tarde, lo consiguió, ingresando en las carmelitas, y llamándose Isabel de la Trinidad.
Escoge este nombre porque ella había profundizado mucho en la Creación del hombre a Imagen de la Trinidad. Entonces quería que su vida fuese una alabanza al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. De esta forma siguió la espiritualidad carmelitana, con especial hincapié en la Virgen a la que tenía gran devoción.
También se había dejado impresionar por las figuras de San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús. Santa Isabel de la Trinidad cuando muere en 1906, ve en ese momento la mejor oportunidad para unirse al Señor en la Cruz. Sus últimas palabras fueron “Voy a la Luz, al Amor, a la Vida”.