Madrid - Publicado el
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Hoy la Iglesia nos presenta otra mujer ejemplar en el Gobierno de un país. Si ayer celebrábamos a San Margarita de Escocia, hoy recordamos a Santa Isabel de Hungría. Nacida en 1207 esta mujer, es hija de Andrés, Rey de Hungría y primo del Emperador de Alemania. Desde muy pequeña fue al Castillo de Turinga para educarse con su prometido que iba a ser Don Luis de Landgrave.
Ahí aprendió a afianzarse en la Fe cristiana que ya tenía en su corazón siempre dispuesto y servicial. Desde muy niña cuando veía a alguien pobre y necesitado se le hacía poco todo lo que tenía para ayudarle y asistirle. Cuando llegó el momento de desposarse hubo quienes lo vieron muy prematuro por la adolescencia de ella.
Sin embargo, rompieron moldes porque el matrimonio no era de pura conveniencia. Ambos esposos se querían de verdad y él apoyaba a su esposa en su vida de Fe y sus obras de caridad. De hecho, si algún cortesano le criticaba por lo que hacía, él también salía en su defensa.
Ella, por su parte, nunca descuidó a su ámbito familiar que tuvo tres hijos. No faltaron las envidias propias de los hombres, y en la Corte le acusaron de repartir comida a los más necesitados, porque aunque era tiempo de hambre pensaban que no era lógico quitar el pan de los hijos y dárselo a los criados.
Casualmente cuenta la historia que un día algunos palaciegos le quisieron acusar de robar la comida de los nobles en el Palacio. Entonces le preguntaron qué llevaba. Ella, al mostrarles el manto, aparecieron rosas. Entonces repararon en su bondad y pureza. Su esposo fue a las Cruzadas y falleció de unas fiebres dejando a Isabel viuda en plena juventud.
También fallece su hijo y las calumnias de la propia familia de su esposo hace que la echen de la Casa Real. Esto le hace confiar más en Dios y seguir la senda de Terciaria Franciscana, viviendo pobremente y auspiciando la fundación de un hospital. Ahí atendió personalmente a los enfermos. Santa Isabel de Hungría murió en el año 1231.