Madrid - Publicado el
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La estela de San Benito que celebrábamos ayer ha dejado seguidores de Cristo desde el carisma del “Ora et labora”. Hoy celebramos a San Juan Gualberto. Nacido en el castillo de su padre en el siglo X, cerca de Florencia, su ascendencia de familia rica, se desarrolla en un mundo donde la riqueza hace estragos en medio de un ambiente de despilfarro.
La madurez de la Fe queda reflejada al perdonar al asesino de su hermano en vez de vengarse. Después de entrar en el Convento Benedictino de San Miniato, echará en cara la simonía del nuevo Abad que es entronizado tras ofrecer una fuerte suma de dinero.
Su idea es ser lo más desprendido posible de los bienes de aquí para tener un tesoro en el Cielo como dice el Señor en el Evangelio. Su opción de vida es bendecida por la Divina Providencia. Y es que se le unen grupo de compañeros con los que fundará en los Apeninos un Monasterio de carisma benedictino, en Vallombrosa.
Pronto recibirá ofertas para refundar o purificar Monasterios que ya existían, pero sólo acepta algunas de ellas. Lo que no quiere es el protagonismo, sino como señala el Salmo: “No a nosotros Señor. No a nosotros; sino a tu Nombre da la Gloria”.
El carácter duro que tenía con el pecado y la corrupción de las almas, contrastaba con la misericordia y la acogida ante los pobres y necesitados a los que socorría siempre que acudían a él. San Juan Gualberto muere en 1273 en el Monasterio de Passignano.