Madrid - Publicado el - Actualizado
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Cada una de los evangelistas se dirigen especialmente a unos destinatarios al redactar el Evangelio. En el caso de San Juan, queda destinado a judíos y gentiles. Como muchos de ellos habían desviado la Fe en Cristo, él tuvo que poner en claro las cosas.
Por eso cuando escribe tiene que empezar hablando del Verbo para mostrar a Cristo como el Verdadero Dios que se encarna y que se hace Hombre. Por comenzar así el cuarto Evangelio se le incluye en este Tercer Día de la Octava de Navidad donde el Dios Hombre se encuentra en un Pesebre. Pero yendo a Juan, su origen nos lleva a Genesaret.
A orillas de este Lago hay un gran propietario de pesca de nombre Zebedeo. Tiene dos hijos. Uno es Santiago y otro Juan. Este último se cree que era muy joven y a poca edad sigue al Bautista. Cuando Juan les muestra al Señor se acerca a Él.
Hasta que, repasando las redes de su padre, Jesús les llama por su nombre para que lo dejen todo y le sigan. Después les elige dentro del grupo de los Apóstoles. Deseoso de grandes glorias cuando pide estar con su hermano en los Puestos preferentes del Cielo, también busca vengarse de los samaritanos que les impiden el paso por el pueblo.
Pero al mismo tiempo sabe experimentar a Dios con tal ternura que es el Discípulo Amado que se reclina en el Pecho de Jesús y está con María al pie de la Cruz a la que acoge. Autor también de las Tres Cartas que llevan su nombre en la Escritura y del Apocalipsis, es el único Apóstol que no sufre el martirio, sino que muere longevo desterrado en la Isla de Patmos.