Madrid - Publicado el
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Hoy, nos encontramos en el Domingo XV del Tiempo Ordinario. Estamos en este día del Buen Samaritano porque el Evangelio presenta al escriba que dialoga con Cristo acerca del Mandamiento Principal de la Ley y el sentido de la palabra “prójimo”.
La respuesta del Maestro se encuentra en el hombre que viaja de Jerusalén a Jericó, que es molido por unos ladrones y que ante la indiferencia y desprecio del sacerdote y levita que pasan de largo, está la caridad y misericordia del samaritano que le venda las heridas.
Junto a esto celebramos a San Enrique. Su reinado se desvivió por Dios y por su Iglesia, entendiendo que mandar es servir. Baviera en Alemania, verá nacer a este descendiente de Otón el Grande y Carlomagno el año 973, en el castillo familiar situado junto al río Danubio. Los Benedictinos de Hildesheim tienen parte en su formación.
En el 995, sucede a su padre como Gobernador del ducado de Baviera, hasta que al principio del siglo XI, es entronizado como monarca de Germania. Una década más tarde, Benedicto VIII le proclama rey del Sacro Imperio Germánico.
Casado con la también Santa Cunegunda, su reinado se distinguió por la sencillez y prudencia en todas sus decisiones, trabajando con el Abad de Cluny en bien de la revitalización eclesial. De hecho el Papa le regaló un Globo de Oro con una Cruz en la parte de arriba.
Él agradeció este detalle. Sin embargo, hubo un momento en el que pensó que la mejor forma de gratitud era dejarlo como donación en la propia Abadía cluniacense. San Enrique muere en el año 1024, en el Castillo de Grona. Fue oblato de San Benito. Por ello es declarado Patrón de todos los oblatos benedictinos.