Madrid - Publicado el
1 min lectura
La Fortaleza es un Don del Espíritu para robustecer a los corazones más vacilantes y hacerles auténticos testigos. Hoy celebramos a San Bernardo de Claraval, un hombre fuerte en su vida interior. Nacido en Borgoña (Francia), el año 1091, es hijo de nobles. De niño aprende a amar inmensamente a Jesús y profesa una gran devoción a La Virgen.
Se nota su afán por aprender y por despegarse de las cosas mundanas para buscar el valor de la Fe en Dios. A los veinte años, ingresa en el Císter, en el Monasterio de Citeaux. Con él venían un grupo de compañeros. Todos se admiran de la capacidad testimonial que tiene hasta el punto de convertir a otros a la Senda del Evangelio y llevarles a la vida monástica.
Su fama de santidad le hace ser elegido Abad del propio Convento. Por entonces Europa vive el proceso de cohesión en torno a la herencia recibida de los antepasados por mano de los Apóstoles. Los Papas le piden que ponga su granito de arena en la evangelización del Viejo Continente.
En su sencillez corrigió errores en la Iglesia y dio mucha paz a los que la buscaban o la necesitaban.
Tras sentar las bases de la Fe, su salud se va desgastando progresivamente, retirándose a Claraval. Así se va consolidando poco a poco su dulzura, llamándose “El Doctor Melifluo”. El motivo era que sus escritos reflejaban no una mera escritura sino lo que llevaba en su corazón.
Quien lo oía y leía respiraba dulzura como la miel. Entre sus obras destacan Comentarios a Libros de la Sagrada Escritura, así como algunas reflexiones sobre la Virgen. San Bernardo de Claraval muere en el año 1153 y es Doctor de la Iglesia.