Madrid - Publicado el
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Una de las grandes pruebas de la Resurrección fue el encuentro del Señor en sus apariciones con los Once y los discípulos de la Primitiva Comunidad. Hoy, cuarto día de la Octava de Pascua, seguimos contemplando al Señor Resucitado. Esta jornada también se llama Miércoles del Camino a Emaús.
Jesús se acerca a dos discípulos que caminan a esta aldea. Van abatidos por los acontecimientos acaecidos entre el Jueves y el Viernes Santo. El Maestro se les acerca como un Viajero que va andando y se les tropieza por casualidad. Quiere sacarles de su tristeza y deja que le expliquen su angustia como si no supiese nada.
Ellos le cuentan lo que ha sucedido porque no le reconocen y piensan que se trata de un caminante que ignora lo sucedido. Su mente está imbuida de pesimismo. Cuando le dan razón de su desilusión, Él les saca de su error recordándolos que el Mesías debía padecer para resucitar.
Aprovecha para darles una catequesis abriéndoles el entendimiento para que recuerden las Sagradas Escrituras pasando por Moisés y los profetas de la Antigua Alianza. Los dos hombre se sienten fascinados en su corazón por lo que le oyen a ese Compañero de Viaje.
Cuando llegan al pueblo el Viajero hace como que sigue adelante, pero ellos el apremia para que no se vaya. Por eso acepta la invitación y se sienta a la mesa con ellos. Casualmente Él se impone en la mesa y parte el pan. Es Signo no les resultan desconocido y les hace pensar.
Entonces le reconocen y desaparece. A ellos les falta tiempo para ir a Jerusalén al Cenáculo y contárselo a los Once. Se lo cuentan con todos los datos posibles porque su corazón ardía al escucharle por la senda.