Madrid - Publicado el
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La Sencillez de Dios se muestra en sus hijos que asumen los dones que la Providencia les da como la mejor Riqueza que pueden recibir. Hoy celebramos al Beato Julián de San Agustín. Bien puede decir con María que el Cielo ha mirado su humildad. Nació en Medinaceli (Soria), hacia el año 1553. De muy joven ingresó en los Hermanos Menores.
Todos reparaban en su bondad y su mortificación. Pero tal era su rigor que le declararon no apto y le expulsaron del Convento. Intentó una segunda vez y le pusieron a prueba, pero viendo que seguía los mismos pasos de la vez anterior vuelven a echarle. Él se establece en las proximidades como ermitaño.
Al Convento de sus antiguos hermanos acudirá en busca de alimento muchos días. Poco a poco va conquistando su corazón y le admitieron por tercera vez que será la definitiva. Después de una breve permanencia en los conventos de Alcalá y de Ocaña, regresó de nuevo al convento de San Diego de Alcalá.
Al encomendársele el oficio de limosnero se distinguió por la rigurosa mortificación, la pobreza y la humildad. Favorecido con el don de profecía y de ciencia infusa, mereció una gran veneración de parte del pueblo, al que edificó con sus virtudes y en el que logró muchas conversiones.
Se interesaba por sus necesidades. Incluso profesores de la Universidad alcalaína iban a consultarle. A todos los necesitados les daba consuelo y ayuda, tanto espiritual como humana. Sabía mucho de vivir las obras de misericordia, partiendo su pan con los hambrientos.
El Beato Julián de San Agustín muere hacia el año 1606. Ese día gentes de todas las clases sintieron que había muerto un Santo. Vivió siempre la caridad como la mejor forma de llegar un día al Cielo, a la Casa del Padre.