San Bernardo de Claraval, dulce pilar de Europa

Redacción Religión

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Existen hombres y mujeres cuya Santidad de vida hace historia, por sus gestos, por su manera de ser. Hoy, XX Domingo del Tiempo Ordinario, celebramos a San Bernardo de Claraval, que fue un pilar en la vida contemplativa y en la cohesión del Continente Europeo. Nacido en Dijón (Francia), el año 1091, de niño aprende a amar inmensamente a Jesús, al tiempo que profesa una tierna devoción a María, inspiradora en el futuro, de sus escritos místicos y teológicos.

Al poco de cumplir los veinte años, ingresa en el Císter, en el Monasterio de Citeaux. Por allí habría estado tiempo atrás San Roberto de Molesmes. En su decisión de hacerse monje le acompañan otros treinta amigos que, en otro tiempo, se aficionaron al tema de la caballería, como él y que también sintieron esa llamada de Dios. Su fama de santidad, le hace ser elegido Abad del propio Convento, pero el Plan de la Providencia va más allá.

El problema es que las herejías azotan Europa y le está llamado a ser luz en ese contexto concreto. Es necesario poner orden y, tanto los Papas como los Emperadores ven en este hombre una autoridad indiscutible en el proceso de cristianización y consolidación del Viejo Continente. Tras sentar las bases de la Fe, su salud se va desgastando progresivamente, retirándose a Claraval, en sus últimos tiempos.

Así se va consolidando su personalidad manifestada en la dulzura que adquiere gracias a la penitencia y a la sobriedad, dejando atrás su carácter duro que, no obstante, sirvió para resolver muchos problemas y entuertos surgidos en edificación de lo que es la actual Europa. Por eso se llamará “El Doctor Melifluo”. Entre sus obras destacan algunas que comentan libros de la Sagrada Escritura, así como algunas reflexiones sobre la Virgen María. San Bernardo de Claraval morirá en el año 1153.

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