San Abrahán
Su santidad y sencillez se propagan por los alrededores y muchas son las gentes que acuden a verle. Así se acercan a aprender de él, de su bondad y humildad
San Abrahán, anacoreta
Madrid - Publicado el
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Muchos Santos no han ofrecido grandes pinceladas de su vida y han quedado hasta en lo anecdótico. No obstante el acercamiento a otros hombres de Dios fue ocasión para escribir sobre su vida. Hoy conmemoramos a San Abrahán, al que le sucedió algo así. No hay que confundirle con Abrahán, el Patriarca del Antiguo Testamento, que fue el Padre del Pueblo elegido por Yavé como preludio de la Iglesia.
San Efrén, con quien le unió una estrecha amistad, es el que ha escrito sobre él, y sitúa su vida entre las zonas de Mesopotamia y Edesa. Su vida se desartrolla en el siglo IV. Hijo bueno y leal de una familia rica pero generosa, sus padres deciden casarle proyecto que él rechazará, porque se había consagrado a Dios. Al no conseguir el beneplácito paterno, en la noche de bodas se marcha a una cueva desértica, sin dar explicaciones a nadie y, tratando de no ser visto para lograr su camino de perfección.
Allí hará penitencia y oración con una entrega especial al Señor el resto de su existencia. Buscado por todos, cuando le encuentran se reafirma en su consagración por el reino de Dios, logrando el consentimiento de su familia y de su esposa. Introducido en la mística de los anacoretas, vive en una cueva con miras al campo. Su estilo de vida es muy pobre, con pocos bienes y frutos de la tierra para comer.
Su santidad y sencillez se propagan por los alrededores y muchas son las gentes que acuden a verle. Así se acercan a aprender de él, de su bondad y humildad, por espacio de veinte años. El obispo de Lapseki, enterado de su sencillez le llama, encargándole que predique la Buena Nueva del Evangelio por su territorio, imbuido de paganismo, tras recibir el Orden Sacerdotal. Este espíritu de celo por el Señor le acompaña al ermitaño San Abrahán hasta el final de su vida.