Vidas creíbles para restaurar la credibilidad de la Iglesia
El Papa León XIV ha interpelado a los nuevos sacerdotes a reconstruir la credibilidad de una Iglesia herida por medio de “la transparencia de vida”, teniendo “vidas conocidas, legibles y creíbles”
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Roberto Esteban Duque
La predicación del Papa es breve, apenas un artículo de no más de mil palabras o un folio por las dos caras; sencilla, sin glosa, para que la Palabra de Dios sea entendida por todos, como le gustaba decir a san Agustín; sobria, sin apenas alejarse de la Sagrada Escritura, de la Tradición y el Magisterio; siempre leída, como quien se aplica según la téchne, la previsión, la planificación que rehúye de la ambigüedad y desea estar a salvo de cualquier contingencia futura.
En la homilía de la misa de ordenación sacerdotal de once presbíteros para la Diócesis de Roma, el papa León XIV ha interpelado a los nuevos sacerdotes a reconstruir la credibilidad de una Iglesia herida por medio de “la transparencia de vida”, teniendo “vidas conocidas, legibles y creíbles”. Es muy interesante lo que añade el Pontífice: “no somos perfectos (lo “perfecto” solo vale para una sociedad ideal pero no es una buena medida para una sociedad real), pero es necesario ser creíbles”, es decir, si hemos sido apartados por favor hacia el resto de la humanidad, no podemos vivir contra ella, maltratando el rebaño que nos ha sido confiado.
Dos ideas fundamentales que ha intentado desarrollar el Papa en su homilía. Por un lado, según León, “la profundidad de la alegría divina es directamente proporcional” a la pertenencia, “a los vínculos entre vosotros (los nuevos presbíteros) y el pueblo de Dios”, recordando, por otro lado, que “la identidad del sacerdote depende de la unión con Cristo”, dejando atrás la “autorreferencialidad” impugnada por el papa Francisco, “siendo guardianes, no amos”, porque “la misión es de Jesús”.
Según el Papa, el Concilio Vaticano II avisó del debilitamiento de la pertenencia y de la pérdida del sentido de Dios. Apelando a la filosofía de Paul Ricoeur, el teólogo De Lubac insistirá en que lo que le falta a la gente, sobre todo, es sentido, y “la función primordial de la comunidad cristiana es ser para ellos "testigo y agente de sentido fundamental". La Iglesia en la tierra es la manifestación visible del amor de Cristo que se encarna entre cada uno de sus miembros. San Jerónimo describió esta encarnación del amor en su famosa frase Corpus Christi ecclesia est, quae vinculo stringitur Caritatis: el Cuerpo de Cristo es la Iglesia, unida por el vínculo de la caridad. Esta caridad deberá hacerse visible con fuertes lazos y vínculos entre el sacerdocio ministerial y el sacerdocio común.
Pero me importa más reflexionar sobre la segunda idea del Papa. Los Evangelios registran en la enseñanza de Cristo que el advenimiento del reino de Dios implica una especie de inversión de las expectativas humanas, de modo que “los últimos serán los primeros, y los primeros serán los últimos”. En la respuesta de Cristo a las preocupaciones tempranas de los apóstoles sobre su propia jerarquía, sobre quién sería el más grande entre ellos, encontramos un contraste entre "los que son considerados como gobernantes de los gentiles" que "se enseñorean de ellos", por un lado, y la mentalidad que Cristo impone a los apóstoles: "El que quiera hacerse grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser el primero, que sea esclavo de todos".
La inversión de la jerarquía se concibe, en primer lugar, en términos reconciliadores y restauradores; y, en segundo lugar, en la transición de un enfoque individualista en el propio estatus a una orientación de entrega propia en el servicio al prójimo. La inversión de la jerarquía injusta lograda en la muerte y resurrección de Cristo no tiene como objetivo una condena de los ocupantes romanos que lo ejecutaron, o de los líderes del Templo que lo entregaron, o de los apóstoles que lo abandonaron en sus últimas horas. Su objetivo es "juntarlos y hacerlos uno" según el modelo de la misma unidad por la cual Cristo es uno con su Padre, como orará poco después según lo dicho por Juan. San Agustín tenía algo parecido que decir sobre la ciudad peregrina como una unidad capaz de reunir toda la diversidad: "Mientras reside en la tierra, llama a ciudadanos de todas las naciones y reúne una sociedad de peregrinos de todas las lenguas, sin escrúpulos en cuanto a las diversidades en los modos, leyes e instituciones por medio de las cuales se asegura y mantiene la paz terrena, sino reconociendo que, por muy diversas que sean, todas tienden a un mismo fin de la paz terrena".
La perspectiva sobre la jerarquía y el estatus favorecido encaja en un patrón bíblico más amplio. El favor divino a menudo se expresa en el lugar y de maneras que anulan las expectativas humanas, las ambiciones que solo buscan la vanagloria. Si el sacerdote no está atento se convierte en presa fácil de la mundanidad, olvidando que somos ministros de esperanza, y que “ya no miramos a nadie a la manera humana”, sino ofreciendo el perdón y la reconciliación frente al rechazo recibido.
Pero, sobre todo, aquellos que son hechos objeto de la predilección divina son llamados al servicio de los demás. El favor divino no está destinado a ser una ocasión para la autoestima, sino para la donación de sí mismo. El Dios que se humaniza a sí mismo por nuestro bien cruza todas las fronteras de clase y estatus, todos los intervalos metafísicos desde lo más alto hasta lo más bajo, no simplemente para reorganizar las viejas jerarquías de opresión y desposesión, sino para obrar algo nuevo: restaurarnos a la amistad entre nosotros y, lo que es más importante, establecer amistad con nosotros.
Si nos preguntamos cómo salvar el abismo entre la Iglesia y el mundo contemporáneo, luchar por mantener intacto el statu quo y al mismo tiempo volverse de alguna manera más "relevante" es una propuesta perdedora. También lo es el atrincheramiento defensivo y la apuesta de la "fidelidad" en la lucha de las guerras culturales, por no mencionar el nacionalismo religioso. Y la simple "liberalización" de la religión tradicional no tiene un historial impresionante de éxito. Sólo existe un camino ya trazado que debemos recorrer: “el esfuerzo de interpretar cristológicamente el ser humano”, como en 1969 proponía Joseph Ratzinger, interpretar el ser humano en términos del misterio cristiano. C. S. Lewis afirmó que cuando las personas "apuntan al cielo" obtienen "la tierra 'arrojada'", mientras que cuando "aspiran a la tierra, no obtienen ninguna de las dos cosas".