Ofensiva de paz

El cardenal Zuppi ha concluido su visita a Pekín para continuar con la misión deseada por el Papa Francisco para buscar caminos de paz justa

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Ayer concluía la visita que el arzobispo de Bolonia y presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, el cardenal Matteo Maria Zuppi como Enviado del Santo Padre ha realizado a Pekín, la última de esa etapa en la misión deseada por Francisco para apoyar las iniciativas humanitarias y la búsqueda de caminos que puedan conducir a una paz justa. Previamente había viajado durante este verano a Kiev, Moscú y Washington, en ese intento del Pontífice de tratar de aliviar las tensiones en Ucrania.

Antes de Pekín, el purpurado -del que Francisco destaca su gran capacidad de diálogo y visión universal, todo un veterano en esta tarea-, pasaba por Berlín para participar en el encuentro promovido por la Comunidad de San Egidio titulado "La audacia de la paz", con presencia de líderes de las principales religiones del mundo, junto a representantes políticos y de la cultura de cuarenta países; durante su intervención, el enviado Pontificio se refería a una paz que , dijo, no debe ser impuesta sino que es una paz elegida por los ucranianos que puede conseguirse con el compromiso y el esfuerzo de todos. Algo, por cierto, de lo que también habló durante su entrevista en la revista Vida Nueva; señalaba entonces que tanto EEUU como China tienen la llave para rebajar la tensión del conflicto.

Veremos los frutos de esta ofensiva de paz pero queda claro que el Papa ha elegido al mejor mediador posible para recordar que es necesario volver al diálogo, a la escucha mutua y a la negociación porque las exclusiones y los vetos recíprocos no llevan más que a alimentar mayores divisiones. La paz, como a buen seguro habrá recordado Zuppi a sus interlocutores, requiere sacrificar un poco de amor propio para entrar en relación con el otro, para comprender sus razones y puntos de vista, contraponiéndose así al orgullo y a la soberbia, causa de toda voluntad beligerante. Como dice el Papa, bienaventurados los constructores de la paz, aunque los frutos de su trabajo sean recogidos por otros y en tiempos que de momento no podemos prever.

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