Mirando a las heridas

Revista EcclesiaJavi Prieto

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Esta semana celebrábamos la memoria de Santa Isabel de Hungría. Murillo pintó, para la iglesia de la Santa Caridad de Sevilla, a la santa remangada lavando tiñosos, es decir, tocando la realidad sin miedo a ser afectada por ella. A veces, al mirar a un santo, podemos quedarnos en lo anecdótico de su iconografía, de los pasajes curiosos de sus vidas o de las tradiciones que se han construido en torno a su figura. Sin embargo, obviamos lo que te interpelante tienen para nosotros. Precisamente lo que muchos siguen haciendo hoy, dejar que el amor de Dios configure sus vidas.

La situación actual nos grita de muchas maneras, la necesidad empieza a ser el pan cotidiano de muchos: hambre, desempleo, falta de ingresos, desigualdad formativa, soledad, enfermedad. ¿Dónde estamos y dónde queremos estar? Insisto en que ya hay muchos que han configurado su vivida con este darse tan propio del cristianismo. Sin embargo, la pregunta es personal ¿Dónde estoy yo? ¿Qué heridas he curado? ¿Qué dolor he calmado?

El buen samaritano

Desde hace un tiempo, creo que el icono del Buen Samaritano resulta hoy un modelo de configuración fundamental:

  • Mirar, no ver superficialmente. La sobreinformación, el miedo a dejarnos impactar por la dureza de las noticias, nos han ido enseñando a ver sin mirar, a recibir el estímulo visual sin que nuestro cerebro, ni nuestro corazón, se dejen impactar por la contundencia del mensaje. Frente a esta actitud tan nuestra, el samaritano nos invita a dejarnos impactar por lo que se nos presenta delante, a fijar la mirada y descubrir la realidad con verdad, a mirar desde el corazón el rostro de quien sufre.
  • Detenerse. Quién mira con atención no puede ser indiferente, no puede hacer como si nada. A veces podemos pensar que lo importante es lo que se hace, la medida de la ayuda, sin embargo hay un paso primero que es pararse. Detener los pasos, cambiar el camino, dejar que nuestra vida se altere por el otro rompe la inercia de la indiferencia, suscitando ya un primer cambio.
  • Tocar, lavar y curar. Este es seguramente el paso más difícil, porque es el que más nos pone en riesgo. Tocar al apaleado, lavar las heridas infectadas, curar los males que asfixian al que sufre. Tres acciones que nos comprometen de corazón, que nos obligan a macharnos, a implicarnos e incluso a contagiarnos. Si el bien del otro es nuestro bien, procurar su bien nos llevará a aceptar los riesgos que este suponga.
  • Procurar vías de mejora. La acción del Buen Samaritano, no es un gesto puntual. Dejando al herido en la parroquia piensa en su futuro, busca salidas para su situación. Ahí también tenemos una llamada fuerte en nuestro compromiso. Procurar no solo cubrir una carencia, sino buscar el desarrollo y promoción de la persona.

Esta llamada es urgente para todos, seamos para este mundo que sufre la imagen y las manos del Buen Samaritano, que tantas veces se ha arremangado para lavarnos a nosotros de todas nuestras caídas.

Javier Prieto
Seminarista de la Diócesis de Zamora
@Javi_PrietoP

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