El Papa León XIV pide por la paz urgente a la comunidad internacional: "No existen conflictos cuando la dignidad humana está en juego"
El Pontífice, durante el rezo del Ángelus en la solemnidad del Corpus Christi, hace un llamamiento por la paz en Oriente Próximo antes de que la guerra se convierta en algo "imparable"
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El Papa León XIV lleva a cabo el rezo del Ángelus en una plaza de San Pedro abarrotada en el domingo en el que la Iglesia celebra la solemnidad litúrgica del Corpus Christi, la fiesta de la Eucaristía en la que Jesús Sacramentado saldrá por las calles de Roma en procesión hasta la basílica de Santa María la Mayor.
El Papa ha hecho un llamamiento por la paz, en un escenario "dramático que incluye Israel y Palestina. Especialmente Gaza y otros territorios donde es necesario y urgente la ayuda humanitaria. La paz es un grito que pide responsabilidad y razón, cada miembro de la comunidad internacional tiene la responsabilidad moral de la tragedia de la guerra antes de que se convierta en algo 'imparable', no existen conflictos lejanos cuando el ser humano y su dignidad está en peligro".
Ninguna victoria podrá compensar el llanto de las madres y el miedo de los niños" apuntaba al finalizar el rezo mariano.
Además, también ha saludado a los peregrinos participantes en el Jubileo de los Gobernantes y los Administradores, fieles provenientes de Colombia, Polonia, una banda musical austriaca, a quienes ha deseado un buen domingo y ha bendecido a quienes participan en la fiesta del Corpus Christi.
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Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz domingo! Hoy, en muchos países, se celebra la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, el Corpus Domini, y el Evangelio narra el milagro de los panes y los peces (cf. Lc 9,11-17).
Para dar de comer a las miles de personas que acudieron a escucharlo y a pedirle curación, Jesús invita a los Apóstoles a que le presenten lo poco que tienen, bendice los panes y los peces y les ordena que los distribuyan entre todos. El resultado es sorprendente, no sólo cada uno recibe comida suficiente, sino que sobra en abundancia (cf. Lc 9,17). El milagro, más allá del prodigio, es un “signo” y nos recuerda que los dones de Dios, incluso los más pequeños, crecen cuanto más se comparten.
Sin embargo, al leer todo esto en el día del Corpus Domini, reflexionamos sobre una realidad aún más profunda. Sabemos, en efecto, que en la raíz de todo compartir humano hay uno más grande que lo precede: el de Dios hacia nosotros.
Él, el Creador, que nos dio la vida, para salvarnos pidió a una de sus criaturas que fuera su Madre, para asumir un cuerpo frágil, limitado, mortal, como el nuestro, poniéndose en sus manos como un niño. Así compartió hasta sus últimas consecuencias nuestra pobreza, eligiendo valerse, para redimirnos, precisamente de lo poco que podíamos ofrecerle (cf. NICOLÁS CABÁSILAS, La vida en Cristo, IV, 3). Pensemos en lo bonito que es, cuando hacemos un regalo —quizás pequeño, acorde con nuestras posibilidades— ver que es apreciado por quien lo recibe; lo contentos que nos sentimos cuando comprobamos que, a pesar de su sencillez, ese regalo nos une aún más a quienes amamos. Pues bien, en la Eucaristía, entre nosotros y Dios, sucede precisamente esto, el Señor acoge, santifica y bendice el pan y el vino que ponemos en el altar, junto con la ofrenda de nuestra vida, y los transforma en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, sacrificio de amor para la salvación del mundo. Dios se une a nosotros acogiendo con alegría lo que le presentamos y nos invita a unirnos a Él recibiendo y compartiendo con igual alegría su don de amor. De este modo —dice san Agustín—, como el “conjunto de muchos granos se ha transformado en un solo pan, así en la concordia de la caridad se forma un solo cuerpo de Cristo” (cf. Sermón 229/A, 2)
Queridos hermanos, esta noche haremos la Procesión Eucarística. Celebraremos juntos la Santa Misa y luego nos pondremos en camino, llevando el Santísimo Sacramento por las calles de nuestra ciudad. Cantaremos, rezaremos y, finalmente, nos reuniremos en la Basílica de Santa María la Mayor para implorar la bendición del Señor sobre nuestros hogares, nuestras familias y toda la humanidad. Partiendo desde el altar y el sagrario, que esta celebración sea un signo luminoso de nuestro compromiso de ser cada día portadores de comunión y paz los unos para los otros, en el compartir y en la caridad.