Eusebio comparte cómo superó 25 años de adicciones y su estancia en prisión en Córdoba: "He perdonado y me he reencontrado con el Señor”

'Solidarios por un bien cómún' se traslada al municipio cordobés de Hornachuelos, donde la diócesis ha reconvertido una finca de 350 hectáreas para dar cobijo  a quienes enfrentan la vida tras las rejas y las adicciones

Adicciones

José Melero Campos

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En el municipio cordobés de Hornachuelos, en el antiguo seminario de Los Ángeles, la diócesis andaluza ha reconvertido una finca de 350 hectáreas en algo más que un refugio: un hogar para quienes enfrentan la vida tras las rejas y las adicciones.

Se trata del proyecto 'Rescatados de María', que se ha consolidado como una iniciativa de reinserción y acompañamiento que entrelaza espiritualidad, apoyo comunitario y sanación personal.

“En su mayoría, quienes llegan aquí son personas que han pasado por prisión y luchan contra algún tipo de adicción”, explica en 'Solidarios por un bien común' Cristóbal Muñoz, responsable del proyecto y quien también transitó ese mismo camino. “Aquí encuentran no solo un lugar donde vivir, sino una comunidad que los acompaña en su proceso de recuperación”, afirma.

La iniciativa nació del impulso conjunto entre la pastoral penitenciaria y la diócesis de Córdoba. Fue el ahora obispo emérito, Demetrio Fernández, quien promovió la cesión de la finca: “Estábamos en una reunión del consejo presbiteral y surgió la idea. La finca llevaba años sin uso efectivo, y el delegado de pastoral penitenciaria, José Antonio Rojas, propuso visitarla para convertirla en un centro de rehabilitación. Hoy es un lugar agradable, y han pasado ya cientos de expresidiarios o exadictos”, ha señalado.

Historias de vida y transformación: "sentí que Dios entró en mi vida"

El alma del proyecto reside en quienes lo hacen posible y quienes lo habitan. Cristóbal Muñoz sabe bien lo que es tocar fondo. “Mi vida fue veinte años de politoxicomanía. En prisión, gracias a la pastoral, sentí que Dios entró en mi vida. Cuando salí, me sentí llamado a ayudar a otros como yo, y empecé un grupo de autoayuda en Lucena”, relata.

Ese mismo impulso de servicio lo llevó a liderar 'Rescatados de María', que actualmente acoge a seis personas, aunque tiene capacidad para once. Los perfiles son variados. “Aquí hay chicos atrapados en adicciones a sustancias, al alcohol, a la pornografía, a las compras, al juego… Hay de todo”, detalla.

Uno de esos chicos es Eusebio, murciano de 41 años, con 25 marcados por las drogas y el delito. “He pasado por prisión dos veces, y conocí el proyecto a través de un amigo. Hoy llevo cinco meses aquí. He aprendido a leer, a perdonar y sobre todo me he reencontrado con el Señor”, ha precisado. “Me gustaría ir a misa todos los días. Mi proyecto es ayudar a los demás y cuidar de mi hija de diez años”, agrega.

El acompañamiento espiritual es una pieza clave en 'Rescatados de María'. “Hay un proceso que ellos hacen, cómo la palabra de Dios, la Eucaristía, una vida ordenada… les ayuda a cambiar su vida”, explica Sergio García, capellán de pastoral penitenciaria en Córdoba. “Tuve un preso que leyó la Biblia dos veces y en ella encontró consuelo, fuerza y transformación”.

Una Iglesia samaritana y presente: "la misericordia es capaz de sanar esas heridas tan profundas"

Para el obispo emérito de Córdoba, Demetrio Fernández, esta labor es reflejo directo del mensaje cristiano: “Solo la misericordia es capaz de sanar esas heridas tan profundas. Es el amor gratuito de Jesús, el buen samaritano, que se prolonga en la Iglesia. No se trata de juzgar, sino de amar, de ofrecer un abrazo sincero y acompañar”.

Fernández resalta también el compromiso de decenas de voluntarios: “Son más de cuarenta que van todos los días de la semana, sin recibir nada a cambio. Van por amor. Y ese amor gratuito es la principal medicina. El que está privado de libertad aprecia muchísimo ser amado sin condiciones”.

La pastoral penitenciaria se convierte así en una herramienta de redención. Cristóbal Muñoz recuerda cómo fue su primer contacto con ella: “Era ateo total. Pero gracias a mi madre y mi tía, que me llevaban libros religiosos, empecé a interesarme. En prisión conocí a un voluntario que venía a compartir el Evangelio, y eso me atrapó. Poco a poco el Señor me fue dando todas las herramientas. El Cristóbal que entró en prisión se quedó allí. Salí otro”.

Hoy, como responsable de la casa, Cristóbal mira con esperanza y también con responsabilidad su labor: “El primer año en el proyecto se me hizo larguísimo, lo vivía como un castigo. Pero cuando me acerqué a Dios, todo cambió. Hasta llegué a pasármelo bien”, asegura con una sonrisa.