Entrevista a Alfred Sonnenfeld: «La Iglesia tiene que ser una luz para indicar los principios morales»

Conversamos con el sacerdote, doctor en Medicina y en Teología, sobre sobre su formación alemana, su presencia en España o sus reflexiones sobre su vida intelectual y religiosa

Alfred Sonnenfeld: «La Iglesia tiene que ser una luz para indicar los principios morales»

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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es doctor en Medicina, catedrático de Antropología, profesor de postgrado, conferenciante, experto en liderazgo ético... Ha sido ponente en el Encuentro de Empresarios Católicos celebrado en marzo en Santiago de Compostela. Nacido precisamente en esta ciudad y de padres alemanes, se formó en Suiza y Alemania, donde su prestigio se cimentó como profesor de la Universidad Humboldt de Berlín, que ha dado 29 Premios Nobel.

Al encuentro de Santiago acudieron más de 200 empresarios. Un acercamiento entre el mundo de la empresa y la Iglesia en el que distintos conferenciantes y ponentes reflexionaron sobre la Doctrina Social de la Iglesia y el empresariado, y sobre la ética cristiana y los valores católicos. Coincidimos con Alfred Sonnenfeld en un almuerzo previo en el que conversamos sobre su formación alemana, su presencia en España, donde vive, sus libros —ha publicado seis— y sus reflexiones sobre su vida intelectual y religiosa. En esta entrevista para ECCLESIA nos habla del Encuentro y de su visión de una sociedad cansada y falta de liderazgo en la que la voz de los empresarios católicos debe escucharse.

Hablar con el profesor Sonnenfeld es muy sencillo, tiene cosas que decir y facilidad para decirlas, es un hombre de vasta cultura científica y humanística; su condición de sacerdote, teólogo y neurobiólogo, profesor y miembro de comités de ética, escritor y conferenciante, le permite exhibir un sinnúmero de recursos en sus explicaciones. Le pedimos que haga una valoración del Encuentro de Empresarios Católicos celebrado recientemente en Santiago, del que ha sido ponente en la mesa de «bioética, ecología y responsabilidad social».

Conviene tener presente, por eso me parece tan acertado este Encuentro, que siempre son las personas, es decir, el hombre y la mujer, los que actúan de corazón a corazón, como diría el cardenal

. El pensamiento social de la Iglesia no radica en la sociedad, la política, la economía, sino que son personas concretas las que tienen esos pensamientos, esos principios morales, lo que el Concilio Vaticano II llamó «elementos permanentes», es decir, grandes verdades de la antropología cristiana.

Y como proponía

en

, para ello tenemos que «captar el signo de los tiempos», y tal como propuso en el Encuentro el obispo

, «tenemos que evangelizar, llegar a la gente», pero viviendo bien esos principios morales básicos.

Benedicto XVI advertía «del peligro de que Dios sea el gran ausente» y yo añado que fácilmente se llegaría a lo que se conoce como la sociedad de cansancio. Un filósofo coreano, Byung Chulh, titula «La sociedad del cansancio» uno de sus primeros libros, donde la gente entra en competitividad sin haber encontrado la verdadera esperanza: es la sociedad del desaliento. ¿Y qué es lo que falta aquí? Es la falta de amor, el ir a una civilización del amor y para eso hay que alzar la vista, ver las cosas en su totalidad, no solamente en sentido parcial, para la ética esto es fundamental, ver a la persona en su totalidad.

—Es usted un volcán de erudición y profundidad, las encíclicas papales las conjuga con aportaciones filosóficas; en su intervención en Santiago estuvo no solo brillante, también se emocionó al recordar a las personas que influyeron en su pensamiento y en su fe. [El autor de Liderazgo ético era esperado con expectación, con su concepción de la ética para gestionar la propia vida].

—Hoy día se sufre mucho bajo los diferentes reduccionismos, por ejemplo, puedo decir de la muerte que es encefalograma plano, y es cierto, pero para los seres humanos es mucho más que eso, porque de esa manera estoy cosificando la muerte. El ser humano no es un genoma, es mucho más que eso; la sexualidad es la unión de hombre y mujer, sí, pero es mucho más que eso. Hay que tener en cuenta la totalidad de la persona porque solo de esta manera podremos ser felices, podremos llevar lo que Aristóteles llamaba llevar una vida eudaimónica, plena.

Si eso falta, dice el Papa

en

, citando a

, «el hombre moderno no está preparado para utilizar el poder con acierto porque el inmenso crecimiento tecnológico no estuvo acompañado de un desarrollo del ser humano en responsabilidad, en valores y en conciencia». La libertad enferma cuando se entrega a las fuerzas ciegas de las necesidades inmediatas, del egoísmo, de la violencia. Hay que ampliar la mirada.

—Otro peligro muy grande es el postmodernismo. Fue el francés

quien escribió en el año 1979

, donde afirma que «debemos acostumbrarnos a pensar sin moldes y sin criterio, lo único que vale es la experiencia vivida, el subjetivismo por encima de las evidencias empíricas». Podemos darnos cuenta de a dónde conduce este planteamiento, pero hay que tener en cuenta que fue ya

el que antes de esto había tratado de romper con todos los valores. De hecho, con la filosofía del martilleo decía: «No existe Dios, yo lo he matado». Pero peor es la afirmación: «No hay hechos, solo hay interpretaciones». Esto es lo que caracteriza al postmodernismo.

Desobjetivación moderna, descargados del peso de lo real podemos nosotros fabricar nuestro mundo, es lo que

, sociólogo polaco, llamaba «vida líquida», que no reconoce raíces, que conduce al individualismo postmoderno.

aborda este tema tanto en la exhortación

, como en

, de 2015, y en

de 2020, de un modo más concreto. Y lo denomina así, es el hombre «enfermizo, hedonista, consumista, indiferente y despiadado». Y lo considera en

como el virus más difícil de vencer. El individualismo, como la búsqueda obsesiva del bienestar. En este individualismo que conduce al relativismo, el sujeto tendría el poder de decir él mismo que es la verdad. Se deja llevar por la moral del «depende», busca beneficios máximos sin importar cómo y sin interesarse por el bien común. Esto nos sitúa en una civilización que se tambalea.

—La neurobiología me dice «haz buen uso de tu cerebro», este es mi primer mensaje. Si yo no hago buen uso de mi cerebro puedo tener consecuencias muy serias, porque si Dios perdona siempre y los hombres perdonamos a veces, la naturaleza no perdona nunca. Entonces tengo que hacer caso de lo que dice la naturaleza, y la naturaleza me dice que el ser humano es relacional, solamente puede alcanzar la felicidad si tiene en cuenta las relaciones humanas porque el cerebro es social. Fue

el primero que acuñó el concepto

, la capacidad de los organismos individuales para comprender a sus congéneres «como seres como ellos mismos», que tienen vidas intencionales y mentales como las suyas.

Otro criterio muy interesante es el del filósofo judío Martin Buber, tiene esta frase: «Yo me hago gracias al tú». Yo dependo en la infancia de mis progenitores. Uno piensa que es autónomo, pero donde hemos llegado es gracias a mucha gente. Ahí se ve la importancia de las relaciones humanas, tanto positivas como negativas. Llega hasta el punto de que «la presencia de otra persona me puede hacer enfermar», y vemos cómo la Psicología se convierte en Biología, somos el resultado de múltiples interacciones.

—Usted dice que su referente es Benedicto XVI [Nos enseña una fotografía sentado con el Papa emérito].

—Cuando estuve con él solo me hizo una pregunta: «¿Usted, cómo consiguió ser profesor de la Universidad Humboldt de Berlín, que tiene 29 Premios Nobel?». Y la contestación fue muy fácil: «Porque me nombraron miembro experto de la Comisión Ética de la Charité, el complejo más grande de hospitales de Europa, donde más investigación se hace; por aquel entonces recibíamos cada semana de 7 a 10 nuevos proyectos de investigación, y como era el teólogo y el médico mi opinión era muy relevante», y Benedicto dijo: «¡Ah, claro!».

Para mí es un referente porque cuando estaba viviendo en Alemania iba con cierta frecuencia a Roma y allí podía visitar al entonces cardenal Ratzinger. Noté inmediatamente la capacidad tan grande que tiene de divulgar las ideas centrales del cristianismo, cómo él las hace entendibles.

Siempre he leído sus libros. Hace cierto tiempo me pidieron que organizara un máster sobre Benedicto XVI en la Universidad de la Rioja, y con motivo de eso me puse en contacto con su secretaría. Me fui a Roma y estuve hablando con él. Estando con él sentí el mensaje evangélico «si no os hacéis como los niños no entrareis en el Reino de los cielos», yo he visto en él la inocencia de un niño. Hay que entenderlo bien: la sencillez, la humildad, una serie de cualidades que te desarman. Cuántas veces en las conferencias alguien le hace una pregunta y él dice: «Mira, ahora no sé darte una contestación exacta, lo voy a reflexionar más». Esto es una humildad enorme. Esto es Ratzinger, un hombre con una enorme brillantez, piensas que estás delante de una persona que está en el cielo.

—La Iglesia no tiene soluciones técnicas para los problemas de la sociedad, de la economía, de la política. Lo que tiene que ser la Iglesia es un faro, una ayuda, una luz para indicar esos principios morales, elementos permanentes que iluminen a los políticos y economistas para que tengan buenas soluciones. Para que ellos, desde su perspectiva, porque ellos saben mucho más de economía. A una persona que no se dedica a eso le cuesta bastante más darse cuenta. Los expertos en economía, los expertos en las diferentes disciplinas, son los que tienen que recibir esta luz de los principios morales y actuar. Los expertos tienen que recibir más ayudas, por eso es importarte organizar más encuentros y congresos, para ayudar, iluminar, dar herramientas en diferentes aspectos, es fundamental.

Puede leer la entrevista completa en la revista ECCLESIA