Carta del obispo de León: «El Señor viene. Abramos las puertas»

En este 2º domingo de Adviento, Luis Ángel de las Heras reflexiona sobre este tiempo litúrgico e invita a despertar del silencio cómplice que ahoga la audacia, el perdón, el amor

Luis Ángel de las Heras

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Ha comenzado el Adviento. Permanezcamos atentos porque el Señor Jesús viene a nosotros en cada persona y en cada acontecimiento. Su venida es actual, digna de preparación y más todavía de aposento. Preparemos su venida despertándonos, allanando los caminos, abriendo todas las puertas sin recelos, escollos ni temores.

Despertemos de las pesadillas del hambre y las pobrezas, de la violencia, de la guerra, de la injusticia. Despertemos del sueño egoísta, autorreferencial, con afán de protagonismo. Despertemos del adormilamiento que supone el apego al propio criterio sin tener en cuenta lo que piensan los demás. Despertemos del silencio cómplice que ahoga la audacia, el perdón, el amor y la esperanza.

Allanemos los barrancos del desprecio, del descrédito, de la exclusión. Allanemos las sendas escarpadas de la murmuración lacerante, de la soberbia embriagadora, de la tristeza dulzona y autocomplaciente, del inmediatismo ansioso, del lamento continuo que se hace regla de vida. Elevemos las llanuras estériles de la pereza y de la indiferencia paralizantes. Despertemos, allanemos y elevemos para caminar vivos a la luz del día, con dignidad.

Adviento es un tiempo hermoso, sugerente, entrañable para preparar la visita de quien llama a la puerta suave y firmemente. La visita que reciben quienes permanecen despabilados y vigilantes en su interior, conscientes del momento en el que viven. La visita de Jesús a una Iglesia sinodal, peregrina, que le abre la puerta cada vez que un bautizado comparte la mesa del amor y el camino del servicio con sus hermanos.

Viene el Señor. Preparémonos abriendo los corazones para participar en la cena a la que Jesús desea invitarnos ardientemente. La cena donde él nos espera, con la toalla ceñida para abajarse a lavar nuestros pies de pecadores. ¿Cómo no limpiar nosotros también el polvo del camino a tantos que perseveran en la lucha por la vida? ¿Cómo no inclinarnos ante los demás para convertir juntos las armas en arados y las lanzas en podaderas? La cena de Navidad que nos disponemos a preparar es también la Última Cena de Jesús. Las dos están unidas por la fuerza del mandato supremo del amor que se manifiesta portentosamente tanto en la cueva de Belén como en el cenáculo de Jerusalén.

¡Ven, Señor Jesús! Aunque no siempre acertemos, queremos dejar nuestra puerta abierta, de modo que puedas franquearla y cenemos juntos. Así también anhelamos abrir la puerta de la Iglesia, tu Pueblo, tu Cuerpo. ¡Ven, Señor Jesús! Caminamos juntos aguardando tu venida, tu visita. Necesitamos tu guía, tu fuerza, tu Espíritu para continuar la andadura unidos contigo y con nuestros hermanos y hermanas. Queremos aprender este Adviento a escucharte cuando llamas y a abrir, al mismo tiempo, todas las puertas; para dejarte entrar, cenar juntos y salir después contigo hacia las periferias. En cada ser humano que sufre queremos ver Tu llamada, Señor Jesús, y querrás ver Tú nuestra respuesta.

¡Ven, Señor Jesús!


+ Luis Ángel de las Heras, cfm

Obispo de León


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