La mujer embarazada

Agencia SIC

Publicado el - Actualizado

3 min lectura

Mons. Agustí Cortés Siendo adolescente y joven asumimos un compromiso inocente y sencillo. Quizá nació del conocimiento cabal de la generación de la vida. Era sólo una intuición, pero que, reflexionada, podía tener una gran profundidad. Consistía en asumir la costumbre de rezar un padrenuestro por cada mujer embarazada que uno viera, sea en la calle o en un encuentro personal, aunque fuera una desconocida.

¿Qué había detrás de esta inocente costumbre? Algo elemental: pedir a Dios que todo le fuera bien en el embarazo y en el parto. También, de una manera no plenamente expresada o consciente, un acto de gratitud a Dios por la maravilla del misterio de la vida humana. Más aún, una expresión de alegría orante por la vida humana misma y por la generosidad de Dios creador, que ha puesto en sus criaturas la capacidad de colaborar continuando su obra en la tierra. En el fondo, la visión de una mujer embarazada evocaba a nuestros ojos una verdadera apuesta por el futuro.

(Pedimos excusas si estas reflexiones parecen demasiado "elevadas" en el marco de una mentalidad que ha banalizado el sexo hasta convertirlo en mero instrumento de placer, o de dominio, o de negocio, o que además ha perdido la capacidad de admiración).

Al margen de embarazos no deseados o no aceptados, lo que a nuestros ojos es realmente maravilloso es todo el proceso de relación de la pareja, el trato sexual y la concepción. Para nosotros es todo un acontecimiento, historia y presente, de extraordinario amor.

En este sentido la visión de una mujer embarazada no sólo evoca una apuesta por el futuro, sino una apuesta basada en el amor vivido. Queremos creer que esta es la base más firme de tal envite por el mañana, mucho más decisiva que los cálculos económicos o las "seguridades" físicas y materiales.

Traemos aquí estas consideraciones, porque creemos que la mujer embarazada es una imagen adecuada del Adviento.

El Adviento es el tiempo en que vivimos la esperanza, la apuesta por el futuro, fundada en la memoria, en el recuerdo de los hechos que nos han demostrado el amor de Dios. Compartimos así la esperanza del Pueblo de Israel, que sostenía su expectación, recordando constantemente las obras de Dios en su historia. Y además actualizamos nuestra memoria cristiana, recordando cómo Dios se ha manifestado a través de la humanidad de las personas, hasta hacerse uno de nosotros.

En tiempos de arzobispo de Múnich, Joseph Ratzinger escribió:

"La hermosa tarea del Adviento es regalarse mutuamente recuerdos del bien y abrir así las puertas de la esperanza".

El bien genuino, la fuente de todos los otros bienes, es el de creer y vivir en Dios hecho niño. A partir de aquí cada uno sabrá cuántos hechos de su vida pueden ser evocados como manifestaciones del amor cercano y salvador de Dios. Ellos alimentarán y sostendrán la esperanza.

Autores antiguos decían que la humanidad y todo el universo se encontraba, en Maria, "embarazado de Dios". Quizá demos a luz de nuevo a Jesucristo.

? Agustí Cortés Soriano

Obispo de Sant Feliu de Llobregat