Hemos conocido el amor

Hemos conocido el amor

Agencia SIC

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Mons. Juan Antonio Reig Pla Año de la Caridad, de la Vida Consagrada y de Santa Teresa de Jesús

Fue algo extraordinario. Tan extraordinario que ya no se quiere hablar de otra cosa. Es más, se siente la urgencia de contarlo y repetirlo una y mil veces. Esta es la experiencia de todos los conversos y la de aquellos que por gracia se han encontrado con Dios. La lista es innumerable y abarca a todas

las generaciones. Entre todos ellos destaca la figura de Juan, el discípulo amado de Jesús. Era tanta la admiración que sentía por el Maestro, era tan potente la luz que había recibido con la resurrección de Jesús, que no puede menos que gritar impulsado por el Espíritu Santo: "lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que hemos contemplado, lo que han tocado nuestras manos acerca de la palabra de vida, pues la vida se ha manifestado, la hemos visto, damos testimonio de ella y os anunciamos la vida eterna, que estaba junto al Padre y se nos ha manifestado; eso que hemos visto y oído, os lo anunciamos para que estéis unidos con nosotros, como lo estamos nosotros con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos todo esto para que vuestra alegría sea completa" (1 Jn 1, 1-4).

El lenguaje de San Juan es un lenguaje apasionado. Sus palabras le salen a borbotones. Y es que no podía ser de otra manera. Desde jovencito había seguido a Jesús. Había visto todos sus signos y había escuchado todas sus palabras. En silencio vio cómo Jesús curaba al ciego de Jericó y a los leprosos

que habían corrido a suplicarle. No se le podía olvidar aquella mujer enferma que quedó curada con tan solo tocar el manto de Jesús. Contempló atónito la resurrección de Lázaro. Pero lo más extraordinario ocurrió en el Gólgota cuando el Maestro fue crucificado. Él, con María la Madre de Jesús, estaba al pie de la cruz. El amor de Jesús lo hizo permanecer hasta el momento final. Lo mismo le ocurrió a otra mujer sanada por el Maestro:

María Magdalena. Y es entonces cuando ocurrió el milagro: Juan pudo observar de cerca la mansedumbre de Jesús, su perdón a los enemigos, su sufrimiento redentor, su amor hasta el extremo.

Acababa de recibir a María, la madre de Jesús, como testamento del crucificado y, como remate final, un soldado "traspasó el costado [de Jesús] con una lanza, y al punto salió sangre y agua" (Jn 19, 14).

Al contemplar todos estos hechos a la luz de la resurrección San Juan pudo comprender todo su significado profundo. ¡Es verdad! ¡Es el mismo Dios quien hecho hombre ha dado su vida para que nosotros tengamos vida eterna! "El que lo ha visto ?cuenta en su evangelio? da testimonio de ello, y su

testimonio es verdadero; y él sabe que dice la verdad, para que vosotros creáis" (Jn 19, 35).

La fe nace del conocimiento del amor de Dios. Este es el milagro que cambia la vida de todas las personas. San Juan lo expresa de la manera más clara: "Nosotros hemos conocido el amor que Dios no tiene, y hemos creído. Dios es Amor; y el que está en el amor está en Dios y Dios en él" (Jn 4, 16). No hay

otras palabras que expresen de manera más sintética lo que podemos considerar como el culmen de la revelación de Dios.

Toda la historia de la salvación apuntaba hacia este momento.

Podíamos tener varias visiones de Dios y conocer sus atributos.

El icono del crucificado con su costado abierto desvela el misterio de Dios: Dios es Amor para siempre y nosotros, dice San Juan, lo hemos conocido.

La primera consecuencia del conocimiento de Dios es la alegría. Se trata de la alegría del Evangelio. Es la alegría que comunica el ángel a los pastores: "Os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo. En la ciudad de David os ha nacido un salvador, el Mesías, el Señor" (Lc 2, 10-11). Es la

misma alegría que experimentaron los discípulos en la mañana de la Pascua: "Llegó Jesús se puso en medio y les dijo: sigue

+ Juan Antonio Reig Pla,

Obispo Complutense