Carta pastoral del Card. Ricardo Blázquez: El mes de mayo

Carta pastoral del Card. Ricardo Blázquez: El mes de mayo

Agencia SIC

Publicado el - Actualizado

6 min lectura

En nuestra Diócesis hay varios ámbitos en los cuales se desarrolla la devoción a la Virgen. Diversas cofradías llevan su nombre y cultivan particularmente en sus participantes la piedad mariana: Cofradía de la Virgen de la Piedad, de San Lorenzo, del Carmen, del Rosario, del Resucitado y de María Santísima de la Alegría, de las Angustias, del Santísimo Cristo Despojado y Nuestra Señora de la Amargura, etc.

Otro núcleo en torno al cual se ha concentrado la devoción popular mariana lo forman las ermitas e iglesias dedicadas a la Virgen, diseminadas en la geografía religiosa de nuestra Diócesis y en torno a las cuales ha crecido la devoción ejerciendo como foco de atracción de pueblos cercanos. El mapa de los santuarios marianos y romerías a la Virgen es muy rico. Recuerdo algunos: Nuestra Señora de Sacedón, de la Casita, de la Peña, de los "Pegotes" en Nava del Rey, del Villar, de la Soterraña, y tradicionalmente han acudido de los pueblos próximos al santuario del Nuestra Señora del Henar, aunque está en territorio de la Diócesis de Segovia etc. No existe agrupación de parroquias que no tenga un santuario mariano particularmente visitado y referente de su piedad.

Hay, además, otro ámbito en que se ha desplegado la devoción mariana abundantemente; me refiero a las Órdenes, Congregaciones y en general fundaciones religiosas que llevan el nombre de una advocación de la Virgen y acentúan la correspondiente espiritualidad. Por ejemplo, los cistercienses y la Asunción de María. También podemos recordar las "capillas" de la Virgen que visitan las casas periódicamente y las familias la reciben como singular visita.

Todas estas manifestaciones y otras muchas son reflejo de la honda devoción a la Virgen la Madre del Señor y nuestra Madre. María ha acompañado a los fieles cristianos desde el nacimiento hasta la muerte, ha sido invocada y acogida en el hogar, ha jalonado la vida cristiana a lo largo del Año cristiano. Con esta carta quiero honrar la memoria de nuestros mayores, agradecerles la herencia que nos han legado e invitar a las nuevas generaciones a proseguir una tradición preciosa tanto desde el punto de vista de la fe como de las relaciones humanas y de la mirada convergente de muchos cristianos a estos focos de luz encendidos por la Virgen María.

La devoción mariana se ha desarrollado en la proximidad de las celebraciones del Señor. En torno a los misterios del nacimiento y de la manifestación del Salvador, nuestro Señor Jesucristo, y en torno a la pasión, la muerte y también la resurrección del Señor. Madre e Hijo están inseparablemente unidos; María y Jesucristo son inseparables. El cristianismo tiene su centro en Jesucristo, nacido de Santa María la Virgen. La fe cristiana es también mariana, ya que María es como la puerta de entrada del Hijo de Dios en la historia y también lo acompañó en su retorno al Padre. Lo esperó con inefable amor de María, lo dio a luz en Belén; lo mostró al pueblo de Israel y también a los magos venidos de Oriente como signo de ser el único Salvador de la humanidad entera (cf. Act 4,12).

Hoy quiero recordaros un aspecto que seguramente tuvo un relieve grande en nuestra infancia y continúa teniendo un bello y edificante sentido: Me refiero "al mes de mayo". Un "mes de María" ha sido una práctica en las Iglesias de Oriente y Occidente. En Oriente, en el rito bizantino, el mes de agosto está dedicado particularmente a la Virgen teniendo como centro la fiesta de la Asunción o de la "Dormición", celebrada el 15 de agosto. Esta tradición se remonta al siglo XIII; era un verdadero "mes mariano". En el rito copto "el mes mariano" coincide sustancialmente con el mes de diciembre-enero, estructurado en torno a Navidad. En Occidente, los primeros testimonios de un mes de mayo dedicado a la Virgen se encuentran a finales del siglo XVI. Hasta esa altura podemos subir en esta manifestación de la historia de la piedad mariana. Nuestra niñez y hoy a través de nuestros padres y ascendientes conectamos con aquel lejano tiempo. Queremos recibir ese legado y darlo vida. Hace pocos días, el arzobispo de Cebú (Filipinas) recordando el V Centenario de la llegada del cristianismo a su pueblo aludía a las fiestas cristianas y recordaba con entrañable conmoción "las flores de mayo", es decir "el mes de mayo" o el "mes de las flores". La devoción popular tiene como ingredientes la sencillez de los creyentes y la pobreza evangélica, según han subrayado desde Pablo VI hasta el Papa Francisco.

Como el mes de mayo coincide con el tiempo pascual debe acentuarse en la oración la participación de María en el misterio pascual (cf. Jn 19, 25; y Act. 1, 14), que inaugura el camino de la Iglesia con la efusión del Espíritu Santo. Estos cincuenta días desde la fiesta de la Resurrección hasta la de Pentecostés son un tiempo propicio para la iniciación cristiana. Seguramente muchos recibimos la primera comunión en este tiempo litúrgico e incluso era muy frecuente la confirmación. Unamos fe y devoción a la Virgen con la iniciación de los niños, de los adolescentes y jóvenes. María acompañó a Jesús en los primeros pasos de su vida como madre y educadora; pedimos que también acompañe y esté al cuidado de nuestros pequeños. Es un bello gesto de piedad acercar a los niños a la Virgen de San Lorenzo, encomendándolos a su protección.

En este sentido quiero recordar hoy cómo debemos recibir a María en nuestras familias. Nuestras casas deben tener signos de la presencia de María, de la oración a María y de la confianza en María. Una representación de la Virgen, que sea bella e invite a la oración, debe estar presente en nuestros hogares. ¡Que cuando se visite una casa de una familia cristiana se perciban signos de que allí no viven cristianos olvidadizos, ni personas indiferentes a la fe, ni una familia pagana! La catequesis de los pequeños empieza y se afianza rezando ante la representación del Señor y de la Virgen. La iniciación a la fe se hace con palabras, con gestos, con acciones, con la participación en las fiestas de la fe. José y María llevaron primero y acompañaron después a Jesús al templo de Jerusalén, como una familia insertada vitalmente en las tradiciones religiosas del pueblo de Israel. Participar como familia en las romerías a los santuarios marianos de nuestra Diócesis deja un recuerdo imborrable en los niños, que el día de mañana puede convertirse en llamada de Dios a fortalecer y reavivar la fe. La fe cristiana y la piedad mariana unen la fidelidad y el gozo de la fe, la fiesta, las familias en descanso, la apertura a otras familias que con semejantes sentimientos participan en esas celebraciones religiosas.

Deseo que todos vayamos por la fe a la piedad popular y por la piedad popular a la fe. Purifiquemos en lo que sea necesario la devoción y al mismo tiempo que la fe cristiana arraigue en nuestra historia y en las formas populares de ser vivida. Todos, sencillos y cultos, deben encontrarse fraternalmente en torno a la Madre. Todos necesitamos ser cobijados en su regazo.

+ Card. Ricardo Blázquez

Arzobispo de Valladolid