La alegría de anunciar el Evangelio

La alegría de anunciar el Evangelio

Agencia SIC

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Mons. Gerardo Melgar Cada año el lema de la campaña del Seminario trata de concentrar en un slogan el contenido de lo que es y supone la vocación sacerdotal; el de este año ("La alegría de anunciar el Evangelio", en sintonía con la Exhortación apostólica "Evangelii gaudium") lo expresa con meridiana claridad. Sí, la vocación al sacerdocio es la gran alegría que experimenta la persona llamada a anunciar el Evangelio. La misión del sacerdote es una llamada de Cristo para continuar su misión de anunciar a todos los hombres de todos los tiempos el Evangelio, la Buena Noticia de Jesús.

Sentirse llamado por el Señor a ser su mensajero y el portador de su mensaje al mundo como sacerdote es sentirse amado por Él; sentir que, como al joven rico del Evangelio, Jesús nos ha mirado con cariño y nos ha elegido para que seamos sus compañeros y para enviarnos a predicar(cfr. Mc 3, 13-14) Cuando los Apóstoles sintieron la llamada llena de cariño del Señor para que le siguieran, eligiéndolos como sus íntimos y sus predilectos, se sintieron muy contentos y le siguieron; enseguida, llenos de gozo por haber encontrado al Maestro, se lo comunicaron a sus hermanos que también le siguieron. El encuentro con el Señor y su llamada llenó plenamente su vida; a ellos no les importó tener que dejar cuanto había constituido su vida anterior y seguirle sólo a Él porque descubrieron que solo Él llenaba totalmente su corazón.

El Señor sigue hoy mirando con cariño, fijando los ojos llenos de amor en aquellos que elije para que le sigan por el mismo camino y la misma misión de los apóstoles. El Señor sigue llamando hoy a jóvenes de corazón grande y generoso que quieran escuchar su llamada y seguirle; jóvenes que, como los Apóstoles, no son posiblemente ni los más inteligentes, ni los que más destacan, ni los de más cualidades, ni siquiera los mejores, precisamente para que se note que una gracia tan grande como es el sacerdocio no es fruto de nuestra valía sino de la gracia de Dios; de este modo se pone de manifiesto que nosotros somos vasijas de barro con fallos, con múltiples defectos, a los que se les confía la misma misión que el Padre le encomendó a Él y así se vea "que una fuerza tan extraordinaria viene de Dios y no de nosotros" (1 Co 4, 7).

El Señor sigue llamando a su servicio a corazones grandes y generosos que, por encima del egoísmo y del materialismo del mundo actual, estén dispuestos a empeñar su vida para siempre en el servicio de anunciar el Evangelio a sus hermanos. Entonces "llamó a los que Él quiso para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar" (Mc 3, 13-14) Hoy llama también a los que Él quiere, sin ningún mérito por nuestra parte sino sólo por puro amor, porque desea compartir sus secretos más íntimos y enviarlos a que los anuncien a los demás poniéndolos en la senda de la salvación.

Ésta es la misión a la que el Señor llama a los sacerdotes de hoy y de siempre. Por eso, cuando alguien siente sobre sí la mirada del Señor que le llama a tan sublime misión, a pesar de su pobreza y de sus limitaciones, es tal el atractivo de lo que Dios ofrece que llena totalmente el corazón que lo recibe. Sí, el sacerdote está lleno por dentro (lleno de Dios), satisfecho con su preciosa misión y alegre; no necesita nada más porque ha encontrado el verdadero sentido a su vida que quiere dedicar por completo a anunciar a Cristo a los demás.

La alegría de quien se siente llamado al sacerdocio es la alegría de la fe que le impulsa a entregarse al servicio del Señor; es la alegría que brota del corazón generoso, la alegría que nace de Dios y de la entrega de nuestra vida a Él. Es ésta una alegría que se va a actualizar y va a aumentar cuando el sacerdote experimenta que alguien con su ayuda ha descubierto a Dios y le sigue; es la alegría y la satisfacción de quien se da cuenta que, con la gracia de Dios, su ministerio está ayudando a acercar a los hombres a Dios y a Dios a los hombres.

Es conmovedor pensar que el Señor ha querido tener necesidad de nuestra respuesta para hacer llegar su mensaje de salvación a los hombres de todos los tiempos; por ello, en todo tiempo y lugar, sigue llamando a personas normales, a jóvenes normales, con cualidades y defectos pero con un corazón grande, que quieran escuchar su voz con atención y responderle con la generosidad del joven Samuel: "habla, Señor, que tu siervo escucha" (1 Sam 3, 10).

Que nunca ha sido fácil el seguimiento del Señor por el camino del sacerdocio es cierto; pero no lo es menos que, junto a las dificultades que podamos sentir, escuchamos siempre la voz del Señor que nos dice: "Te basta mi gracia; mi fuerza se manifiesta perfecta en la debilidad" (1 Co 12, 9); es más, el mismo Jesús nos dice que no nos preocupemos de las dificultades que vendrán "porque no seréis vosotros los que hablaréis sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros" (Mt 10, 20).Por eso, no tenemos que cerrar los ojos a las dificultades pero tampoco pueden paralizarnos porque no luchamos solos sino que el Señor va delante marcándonos el camino y ayudándonos a superarlas.

¡Queridos jóvenes: dejad que Dios actué en vosotros, preguntaos por su llamada y, si el Señor os llama por el camino del sacerdocio, no dejéis de experimentar la alegría que produce una vida dedicada al anuncio del Evangelio! Si le respondéis generosamente Él os va a llenar de su paz y de la alegría de la fe que da siempre a cuantos responden con valentía a su llamada; sed sus amigos íntimos que le anunciéis a los hombres y mujeres de este S. XXI, tan necesitado de Cristo, para acercarlos a Él y al sentido auténtico de la vida.

Vuestro Obispo,

+Gerardo Melgar

Obispo de Osma-Soria